“¿Quién soy?” Todos buscan la respuesta a esta
pregunta, buscamos una identidad. Incluso, Jesús les preguntaría a sus
discípulos: “¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” (Mt. 16:13).
I. Respuestas distintas
Partiendo de esta pregunta, sin su contexto, algunos
han pretendido indicar que Jesús padecía de algún problema de personalidad, tal
es el caso presentado en la película La última tentación de Cristo del
cineasta Martin Scorsese, basada en la obra de Nikos Kazantzakis. En una escena de esta película se observa a Jesús
(caracterizado por Willem Dafoe) luchando consigo mismo en su taller de
carpintería, su intranquilidad se debe a que no sabe qué es lo que hará, no
sabe quién es él. La imagen que proyecta es la de una persona claramente
esquizofrénica. Estando en esa situación entra Judas Iscariote. Es éste Judas,
su amigo, quien lo tranquiliza, le indica a Jesús que es el Hijo de Dios.
Entonces, Jesús se calma, entiende lo que dice Judas, se acepta a sí mismo y la misión que tiene por delante.
La pregunta de Jesús no se debe a que no supiera
quién era o porque tuviera algún trastorno de identidad. Jesús hace la pregunta
para dar a sus discípulos la oportunidad de reconocerlo. Varios contestaron. Sus respuestas eran los
supuestos de la gente en general. Veían a Jesús como un profeta, alguien que
denunciaba los pecados, las injusticias, que proclamaba el amor al prójimo,
pero aún sin conocerlo realmente.
En la actualidad se sigue malinterpretando a Jesús.
Algunos lo ven como un hombre de moralidad elevada, un modelo de líder, como un
revolucionario, un maestro con conocimiento superior, un carpintero, un
milagrero o exorcista, un mártir, o una víctima sufriente en una cruz. Se
pueden dar varias respuestas a esta pregunta pero todavía sin conocerlo realmente.
Por eso, Jesús les hace personal esa pregunta: “¿Y
ustedes quién dicen que soy yo?”. Ya no había más especulaciones, ahora la
respuesta sería reveladora. La respuesta que dieran identificaría el ser y en
consecuencia, el hacer de los discípulos.
Tal vez, tu respuesta sea como aquellos que no lo
conocían, una suposición de la persona de Jesús. Posiblemente, si has estado
metido en la iglesia tu respuesta sea basada en una sola faceta de la persona
de Jesús; un maestro o un ejemplo inalcanzable.
II. Respuesta correcta
Pedro fue quien dio la respuesta correcta: “Tú eres
el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Con esta declaración Pedro lo reconoce y
expresa su conocimiento de quién era él. Cristo, es la palabra griega
que se traduce del hebreo Mesías. Mesías significa literalmente
‘ungido’. A las personas se les ungía como representación de que se les
consagraba para una tarea de suma importancia que Dios les encomendaba. De esta
manera se ungía a: 1) los sacerdotes, estarían en el servicio delante de Yahweh y
representarían al pueblo; 2) los reyes, se les ungía consagrándolos delante de
Dios como el soberano que reinaría haciendo Su voluntad.
Desde el periodo del exilio en los siglos VIII y VII
a.C. comenzó a crecer la expectativa mesiánica. Pero el concepto que se tenía
del Mesías era de un guerrero, conquistador, que eliminaría a los enemigos de
Israel y reinaría sobre ellos proveyéndoles de paz. Por esto, muchos no creían
que Jesús fuera el Cristo, porque no cumplía con los requisitos que ellos
querían. Pero Pedro identificó la verdadera esperanza del
Mesías, el Cristo, en la persona de Jesús. Agrega “el Hijo del Dios
viviente”. No es un profeta más, es Dios mismo hecho carne. Con todo esto, tal vez preguntes: “¿Qué no estábamos
hablando de mí: quién soy yo?, ¿qué tiene que ver Jesús en esto?” Todo,
absolutamente todo…
Para explicarlo, sigamos con la narrativa de Mateo.
Jesús al escuchar la respuesta de Pedro, le dice: “Bienaventurado eres Simón,
hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto carne ni sangre, sino mi Padre que
está en los cielos” (16:17). Quién conoce a Jesús (Su ser y Su obra manifestada
en su propia experiencia), es dichoso,
bienaventurado, bendito. El reconocer a Jesús no viene por carne y sangre,
es decir, por medio de algún esfuerzo humano, una capacidad intelectual
superior o un estado anímico perceptible, sino porque a Dios le ha placido
revelárselo. Dios es quien toma la iniciativa para dar a conocer a su Hijo.
Dios envió a su Hijo (Jn 3:16), y es él mismo quien lo da a conocer (Mt. 11:25;
Jn. 6:65; Col. 1:27).
III. Resultado de la respuesta
Jesús continuó diciéndole a Pedro: “Y yo también te
digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia…” (16:18).
Jesús le da su identidad a Simón, Pedro (juego de palabras en griego petros, ‘piedra’ y petra,
‘roca’). Aunque existen diferentes interpretaciones con
respecto a este pasaje, y muchos difieren, puede existir una armonía de
las mismas. Pedro mismo forma parte de esa roca, él es base de la
predicación del Evangelio, su personalidad es evidente a lo largo de la primera
sección del libro de los Hechos, su proclama del Evangelio es fundamental para
su propagación, predica a judíos y gentiles. Su declaración “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”
es esa roca, cualquiera que declare esa verdad, que Jesús es Cristo
puede formar parte de la
Iglesia de Cristo. Pedro encontró su identidad en Cristo
Jesús. No era más Simón, un pescador entre tantos otros, ahora era Pedro, el
apóstol líder que proclamaría el Evangelio, el pescador de hombres. Al igual que Pedro, cada persona encuentra su
identidad únicamente en Cristo. Conociéndolo a él podemos conocer quiénes
somos. Para responder la pregunta ¿quién soy?, es necesario responder primero: ¿quién es
Jesús?
El ser humano fue creado con la capacidad de
relacionarse personalmente con Dios. Pues, Dios es persona y en él hallamos la
manifestación perfecta de comunidad: Dios Padre, Hijo, y Espíritu
Santo, en un diálogo eterno. Para que el ser humano logre relacionarse
plenamente con Dios necesita conocer a Jesucristo, ya que, a través de él, Dios
se ha manifestado.
Al conocer a Cristo Jesús el ser humano entra en la
comunión con la Trinidad.
Y en ese diálogo le es comunicada su identidad. En esa
continua comunión el hombre encuentra la plenitud de su ser, mientras insista
en rechazarle nunca podrá entender su propósito ni razón de ser.
Al conocer a Dios podemos conocernos a
nosotros mismos. En el reconocimiento de la persona de Jesús,
comprendemos la identidad que Dios nos da. Al reconocerle nos conocemos, porque
nos revela lo que somos y para lo que hemos sido creados. La tristeza de la
incertidumbre ontológica que parte de esa falta de reconocimiento de Jesús como el
Cristo, el Hijo del Dios viviente, se disipa por el gozo de comprenderse a la luz de la Palabra.