jueves, 21 de marzo de 2013

¿Quién dices que soy yo?


“¿Quién soy?” Todos buscan la respuesta a esta pregunta, buscamos una identidad. Incluso, Jesús les preguntaría a sus discípulos: “¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” (Mt. 16:13).

I. Respuestas distintas

Partiendo de esta pregunta, sin su contexto, algunos han pretendido indicar que Jesús padecía de algún problema de personalidad, tal es el caso presentado en la película La última tentación de Cristo del cineasta Martin Scorsese, basada en la obra de Nikos Kazantzakis. En una escena de esta película se observa a Jesús (caracterizado por Willem Dafoe) luchando consigo mismo en su taller de carpintería, su intranquilidad se debe a que no sabe qué es lo que hará, no sabe quién es él. La imagen que proyecta es la de una persona claramente esquizofrénica. Estando en esa situación entra Judas Iscariote. Es éste Judas, su amigo, quien lo tranquiliza, le indica a Jesús que es el Hijo de Dios. Entonces, Jesús se calma, entiende lo que dice Judas, se acepta a sí mismo y la misión que tiene por delante.
La pregunta de Jesús no se debe a que no supiera quién era o porque tuviera algún trastorno de identidad. Jesús hace la pregunta para dar a sus discípulos la oportunidad de reconocerlo. Varios contestaron. Sus respuestas eran los supuestos de la gente en general. Veían a Jesús como un profeta, alguien que denunciaba los pecados, las injusticias, que proclamaba el amor al prójimo, pero aún sin conocerlo realmente.
En la actualidad se sigue malinterpretando a Jesús. Algunos lo ven como un hombre de moralidad elevada, un modelo de líder, como un revolucionario, un maestro con conocimiento superior, un carpintero, un milagrero o exorcista, un mártir, o una víctima sufriente en una cruz. Se pueden dar varias respuestas a esta pregunta pero todavía sin conocerlo realmente.
Por eso, Jesús les hace personal esa pregunta: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?”. Ya no había más especulaciones, ahora la respuesta sería reveladora. La respuesta que dieran identificaría el ser y en consecuencia, el hacer de los discípulos.
Tal vez, tu respuesta sea como aquellos que no lo conocían, una suposición de la persona de Jesús. Posiblemente, si has estado metido en la iglesia tu respuesta sea basada en una sola faceta de la persona de Jesús; un maestro o un ejemplo inalcanzable.

II. Respuesta correcta

Pedro fue quien dio la respuesta correcta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Con esta declaración Pedro lo reconoce y expresa su conocimiento de quién era él. Cristo, es la palabra griega que se traduce del hebreo Mesías. Mesías significa literalmente ‘ungido’. A las personas se les ungía como representación de que se les consagraba para una tarea de suma importancia que Dios les encomendaba. De esta manera se ungía a: 1) los sacerdotes, estarían en el servicio delante de Yahweh y representarían al pueblo; 2) los reyes, se les ungía consagrándolos delante de Dios como el soberano que reinaría haciendo Su voluntad.
Desde el periodo del exilio en los siglos VIII y VII a.C. comenzó a crecer la expectativa mesiánica. Pero el concepto que se tenía del Mesías era de un guerrero, conquistador, que eliminaría a los enemigos de Israel y reinaría sobre ellos proveyéndoles de paz. Por esto, muchos no creían que Jesús fuera el Cristo, porque no cumplía con los requisitos que ellos querían. Pero Pedro identificó la verdadera esperanza del Mesías, el Cristo, en la persona de Jesús. Agrega “el Hijo del Dios viviente”. No es un profeta más, es Dios mismo hecho carne. Con todo esto, tal vez preguntes: “¿Qué no estábamos hablando de mí: quién soy yo?, ¿qué tiene que ver Jesús en esto?” Todo, absolutamente todo…
Para explicarlo, sigamos con la narrativa de Mateo. Jesús al escuchar la respuesta de Pedro, le dice: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16:17). Quién conoce a Jesús (Su ser y Su obra manifestada en su propia experiencia),  es dichoso, bienaventurado, bendito. El reconocer a Jesús no viene por carne y sangre, es decir, por medio de algún esfuerzo humano, una capacidad intelectual superior o un estado anímico perceptible, sino porque a Dios le ha placido revelárselo. Dios es quien toma la iniciativa para dar a conocer a su Hijo. Dios envió a su Hijo (Jn 3:16), y es él mismo quien lo da a conocer (Mt. 11:25; Jn. 6:65; Col. 1:27).

III. Resultado de la respuesta

Jesús continuó diciéndole a Pedro: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia…” (16:18). Jesús le da su identidad a Simón, Pedro (juego de palabras en griego petros, ‘piedra’ y petra, ‘roca’). Aunque existen diferentes interpretaciones con respecto a este pasaje, y muchos difieren, puede existir una armonía de las mismas. Pedro mismo forma parte de esa roca, él es base de la predicación del Evangelio, su personalidad es evidente a lo largo de la primera sección del libro de los Hechos, su proclama del Evangelio es fundamental para su propagación, predica a judíos y gentiles. Su declaración “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” es esa roca, cualquiera que declare esa verdad, que Jesús es Cristo puede formar parte de la Iglesia de Cristo. Pedro encontró su identidad en Cristo Jesús. No era más Simón, un pescador entre tantos otros, ahora era Pedro, el apóstol líder que proclamaría el Evangelio, el pescador de hombres. Al igual que Pedro, cada persona encuentra su identidad únicamente en Cristo. Conociéndolo a él podemos conocer quiénes somos. Para responder la pregunta ¿quién soy?,  es necesario responder primero: ¿quién es Jesús?
El ser humano fue creado con la capacidad de relacionarse personalmente con Dios. Pues, Dios es persona y en él hallamos la manifestación perfecta de comunidad: Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, en un diálogo eterno. Para que el ser humano logre relacionarse plenamente con Dios necesita conocer a Jesucristo, ya que, a través de él, Dios se ha manifestado.
Al conocer a Cristo Jesús el ser humano entra en la comunión con la Trinidad. Y en ese diálogo le es comunicada su identidad. En esa continua comunión el hombre encuentra la plenitud de su ser, mientras insista en rechazarle nunca podrá entender su propósito ni razón de ser.

Al conocer a Dios podemos conocernos a nosotros mismos. En el reconocimiento de la persona de Jesús, comprendemos la identidad que Dios nos da. Al reconocerle nos conocemos, porque nos revela lo que somos y para lo que hemos sido creados. La tristeza de la incertidumbre ontológica que parte de esa falta de reconocimiento de Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, se disipa por el gozo de comprenderse a la luz de la Palabra.