Habiendo aclarado a lo que me
refiero con 'mitos evangélicos acerca del noviazgo' en la entrada pasada, entonces
prosigo a desmitologizar el noviazgo cristiano. Para agilizar la lectura
abreviaré 'mito evangélico acerca del noviazgo' como MEN.
MEN #125: "El físico atrae pero un hombre de Dios enamora."
Alguien publicó esta frase hace unos días en Facebook. Tenía algunos likes
pero no tantos como otras. Aunque está frase recién circula por ahí, la idea es
antiquísima. Hay al menos dos aspectos que considerar que bastarán para
desenmascarar tal mentira.
Primero, no es otra cosa más que
el clásico dualismo arraigado al evangelicalismo que opone lo espiritual a lo
físico. Como en algún momento lo he dicho ya, el evangélico piensa que lo
espiritual es mejor o más valioso que lo físico. A modo de ejemplo, hace ya
algunos años realicé una breve encuesta a clientes de una librería evangélica
en el Centro y una de las preguntas era: ¿Qué es más importante, el espíritu o el
cuerpo? Un avasallador porcentaje de las respuestas fue: el espíritu.
Este dualismo se debe a la
mala comprensión de pasajes y términos bíblicos. Sería demasiado si nos
detuviéramos a examinar cada uno de ellos en este espacio. Basta decir que: a) El
relato de Génesis nos dice que Dios creó al ser humano tal como es hoy y "vio
Dios todo lo que había hecho, y he aquí era bueno en gran manera", no hay
ningún dualismo en el que se exprese la primacía del alma o espíritu sobre el
cuerpo. [1] b) El Verbo se hizo carne (Mt. 1:18-20; Lc. 1:26-35; Jn. 1:14). c) Jesucristo
en su ministerio no sólo trajo una salvación espiritual sino también sanidad
física, emocional, sació el hambre como necesidad del ser y expulsó demonios
que oprimían físicamente a las personas. d) El Señor resucitó corporalmente e
incluso después de resucitado comió (Mt. 28; Mr. 16; Lc. 24, especialmente vv. 36-43;
Jn. 20 y 21). [2] e) El cristiano proclama la resurrección de la carne (1 Co.
15). [3]
Por tanto, el ser humano es
cuerpo y es espíritu. Dicho de otro modo, tú eres tú no sólo por tu intelecto o
por tu personalidad sino también por tu aspecto; no serías tú con otra cara u
otra altura u otro color de piel. Todo tú,
todo tu ser fue salvado; no hay dualismos en la Escritura.
Ahora bien, la frase "el
físico atrae pero el hombre de Dios enamora" expresa una perspectiva de la
mujer evangélica pero es similar a la perspectiva del hombre evangélico expresada
en la frase "lo que importa es lo de adentro, no lo de afuera."
Aunque estas frases aparentan
gran piedad o "espiritualidad" o madurez, distan enormemente de ello. Es cierto
que las mujeres tienden menos a fijarse en la apariencia del hombre y que para
el hombre, la apariencia de la mujer, ha llegado a ser casi una obsesión. No
obstante se debe tener la perspectiva correcta sin caer en extremos: uno de
ellos es la cosificación de la persona, la búsqueda de características
específicas, estándares casi imposibles de alcanzar (definidos en gran parte por
el bombardeo mediático); el otro extremo es la espiritualización de la persona
donde su aspecto no tiene mayor importancia como si se tratará tan sólo de una
cubierta. El primero es por lo general sentenciado unánimemente por los
evangélicos, hombres y mujeres; mientras que el segundo es exaltado. ¡Y los dos
son igual de dañinos y erróneos!
Recuerdo algunos casos: Hace
7 años me invitaron a un campamento, y allí, en una de esas noches estrelladas
de inspiración, surgió, en la cabaña de varones, una charla precisamente de
este asunto. Un joven compartía que una chava lo estaba buscando y pues a él le
simpatizaba pero decía: "he salido con chavas que tú dices: ¡Wow! ¡No inventes! O
sea, despampanantes…" Su dilema era que esta chica que lo pretendía no cubría
su estándar de belleza. Eventualmente se casaron, pero queda la duda: ¿será
realmente feliz este joven o seguirá pensando que pudo salir con otras chavas o
casarse con alguien más guapa que su actual esposa? ¿Ella se sentirá deseada
por él?
Otro caso sucedió brevemente después de aquello: Un chavo estaba pretendiendo a una chica buena onda y excelente cristiana, sin embargo no bonita. Su consejero se dio cuenta de ello y le preguntó: "¿Como te sentirás cuando se encuentren en una reunión de amigos con otras parejas y te de pena o vergüenza presentarla como tu novia, cómo la vas a hacer sentir?" Y es que uno debe sentirse orgulloso en todo sentido de su pareja, no sólo de que sea buena onda, de su carácter afable, de su carisma, de su sentido del humor o de su conocimiento profundo de las Escrituras, sino de toda ella; sentirse atraído, que esa persona te enloquezca y haga palpitar rápidamente tu corazón. Sarcásticamente, expresó el consejero, para lograr hacer entrar en razón al chico sobre sus elecciones: "O es la buena onda o es la bonita." Claro está que puede ser bonita y buena onda; será tarea de uno el hallarla. Otro amigo suyo lo explicitó aún más: "No sólo la quieres para orar..." ¡Exacto! Eso precisamente es algo que cada cristiano, chico o chica, debe tener bien en cuenta. La relación de noviazgo no sólo es cuando uno ora, alaba a Dios, va al culto o al grupo de jóvenes, es también cuando están besándose o acariciándose, cuando hay fuegos artificiales, luces de colores, aromas exquisitos -por supuesto, que tienen que cuidarse y tener límites-, lo erótico y la pulsión sexual siempre están y estarán presentes -a menos que tengas el don de continencia, ¡en ese caso no sé porqué estás leyendo esto!- como lo expresó ya Paul Tillich: "hasta en la amistad más espiritualizada y en el misticismo más ascético hay un elemento de libido. Un santo sin libido dejaría de ser criatura. Pero no existe ningún santo así." [4] Estas son situaciones de varones pero lo mismo pueden, y deben, aplicar las mujeres.
Lo segundo que se debe
considerar es que el que sea "hombre de Dios" o "mujer de Dios" no es garantía
de que enamore. Podrá tener el título de "diácono", "misionero", "pastor", si
gustan “apóstol” o “teólogo” y con todo, no ser capaz de enamorar. Tal persona
podría tener todos los dones, [5] y no ser caballeroso o ser descuidado: no te
abriría la puerta o no te serviría primero a ti, no te daría su chamarra cuando
tuvieras frío; quizá cantaría bellísimo en el coro o en el grupo de alabanza, y
ser torpe: sin saber cuándo abrazarte o besarte, perdiendo el instante; podría ser
el mejor evangelista o predicador y ser un zonzo o tarugo: sin saber cómo halagarte, diciéndote, algo así como Leonard a Penny, que le gustan tus manos
masculinas; o podría servir a medio mundo y ser desaliñado: con un fuerte olor
a sudor de las axilas, lagañoso o con las uñas mugrosas (las chicas que creen
firmemente en este mito seguro dirán suspirando: "es la muestra de su trabajo
en la obra del Señor"). Evidentemente, nada de eso enamora. El enamorar
requiere esfuerzo del sujeto, requiere dedicación, perseverancia, ingenio. Por
otro lado, podría ser que aquel "hombre de Dios" sea un gandalla que sabe muy
bien lo que hace: "sirve atentamente" a las jovencitas; está allí para ellas
para hacerle a la obra del Espíritu, consolarlas cuando sus novios las dejan;
les llama para saber cómo están; tiene citas con ellas de "consejería";
ciertamente enamora, no nada más a una sino a varias a la vez. Cuidado.
Otra cosa, deberás evaluar
bien tus motivaciones: ¿Por qué precisamente quieres que tal "hombre de Dios" sea tu pareja? ¿Será que lo quieres porque es el "líder de alabanza" o el
seminarista o el futuro pastor? ¿Para ganar también cierta reputación en tu
círculo eclesial? ¿Por qué deseas que te admiren todas las demás? ¿O para que
te solucione tus problemas? ¿O porque de todos tus contactos es el más "espiritual"?
¿O porque "pues no hay otro"? Tendrás que ser honesta contigo misma, con él y
con Dios.
Y bueno, sí, para que no te
desanimes, hay hombres que pueden ser maduros en su fe y guapos también y capaces
de enamorarte. Para los chicos, sí, hay mujeres hermosísimas y que honran al
Señor Jesucristo. No es o lo uno o lo otro. Puedes y debes buscar como pareja a
una persona que cubra tus expectativas, ¡pero ojo!, que estas sean realistas,
busca una persona de quien estés en todo sentido enamorado o enamorada. Hacer
tales dicotomías, como la expresada en el mito "el físico atrae pero el hombre
de Dios enamora", no sólo te acarrea insatisfacción y tristeza a ti, también a
la otra persona. No cometas el error de aferrarte al mito porque al fin de cuentas estarás atentando
contra el propio ser de aquella persona, sería casi decirle: "No me gustas,
pero bueno, amas a Dios…"
1. Génesis 1:31. Antes en 1:27
expresa que el ser humano es imagen de Dios. Luego en 2:7 se detalla su
formación, tanto el polvo de la tierra como el soplo del aliento de vida es lo
que constituye al ser humano un nephesh
hayá, un ser viviente: "Pero nótese que no distingue aquí entre cuerpo y alma, sino de modo más realista entre cuerpo y vida. El divino
aliento de vida que se une a lo material hace del hombre un 'ser vivo' tanto en
el aspecto físico como en el psíquico. Esta vida procede directamente de Dios…
¡tan directamente como que el cuerpo humano inanimado ha recibido el resuello
de la boca de Dios, inclinado sobre él!" Gerhard von Rad, El libro del Génesis 4ª edición, Trad. Santiago Romero (Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2008), 90.
2. Tanto la encarnación como
la resurrección corresponden a la economía salvífica de Dios en Jesús por el
Espíritu para el ser humano. Como lo han expresado ya los Padres de la Iglesia
y los Concilios, Jesucristo salva aquello que asume, no sólo el alma o el
espíritu, sino también nuestra carne, es decir, todo nuestro ser.
3. Es precisamente por la
encarnación y resurrección de Jesucristo que nosotros, los cristianos clamamos
el "creo en la resurrección de la carne" como lo expresa el Credo o Símbolo Apostólico: "¿Qué
significa la esperanza cristiana en
esta vida? ¿Una vida tras la muerte? ¿Un acontecimiento aparte de la muerte?
¿Una almita que, como mariposa, sale revoloteando sobre la tumba y todavía se
conserva en algún lugar para seguir viviendo de manera inmortal? Así se han
imaginado los paganos la vida tras la muerte. Pero no es ésta la esperanza
cristiana. 'Creo en la resurrección de la
carne'. La carne es en la Biblia, sencillamente, el hombre, el hombre bajo
el signo del pecado, el hombre vencido. Y a este hombre se le promete: tú
resucitarás." Karl Barth, Esbozo de
dogmática Trad. José Pedro Tosaus Abadía (Santander: Editorial Sal Terrae, 2000), 178.
4. Paul Tillich, Amor, poder y justicia. Análisis ontológicos
y aplicaciones éticas (España: Ediciones Ariel, 1970), 50.
5. Nótese que los dones del
Espíritu no son sinónimo de madurez, véase la cuestión de los corintios: tenían
dones en abundancia (1 Co. 1:4-7) y seguían viviendo como chiquillos cuando
debían ser ya maduros (1 Co. 3:1-3).