Mi compañero de cuarto y yo estábamos descansando después del tiempo de la beca de trabajo cuando llegó con nosotros otro amigo. A él le tocaba hacer la limpieza de Capilla. Pues resulta que al estar barriendo y recogiendo basura detrás de la Capilla encontró allí tirado un DVD pornográfico.
La pornografía en aquel entonces no era tan fácil de conseguir. Si se quería se tenía que comprar revistas o películas porno piratas, lo cual había sucedido. Hoy ya no es necesario tanto problema, ni si quiera es necesario gastar dinero, el internet está atascado de ello. En ese tiempo el seminario no contaba con servicio de internet. Así que pensemos en todo lo que el dueño de ese cd tuvo que pasar.
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Salió del seminario hacia a algún puesto de videos pirata. Fuera de allí, corrió el riesgo de ser asaltado por algún raterillo, de esos que abundan por la zona. Sabía bien que podía ser descubierto por alguno de sus compañeros, tal vez por algún profesor o por algún pastor o quizá ser identificado por algún miembro de su iglesia que pasara por ahí. Gastó el poco dinero que tenía en esa compra, pues la mayoría de estudiantes apenas y tienen monedas en sus bolsillos. Contra todos los valores éticos y morales cristianos que recibió, ya sea de su familia o de su iglesia, compró ese pedazo de lujuria. Regresó furtivamente al seminario con su material escondido. Evadió a todos, casi con paranoia, hasta llegar a su dormitorio. Allí esperó la oportunidad de la oscuridad nocturna para verlo en su propia computadora o en una prestada… ¿Cuánto tiempo habrá estado con la preocupación de que su “precioso”, como el anillo de Gollum, le fuera quitado? ¿Y cuál fue su angustia de que ese cd, que latía con fuerza desde su escondite como aquél “corazón delator” de Poe, fuera descubierto? Quién sabe. Pero finalmente, lo disfrutó.
Pero entonces, casi inmediatamente, descubrió lo poco que dura ese placer dándose cuenta, al mismo tiempo, de su pecado. Probablemente se asqueó o sintió vergüenza o se enojó contra sí mismo, por su falta de dominio propio, por su desobediencia e impureza. Y oró, oró, oró fervientemente. Confesó su pecado -¿a Dios o a sí mismo?, preguntaría Bonhoeffer- y se sintió un poco mejor. Pero y ahora, ¿qué hacer?, ¿qué hacer con la evidencia, con esa arma homicida de santidad? Sus huellas dactilares estaban impresas en ese disco. Debía deshacerse del cd. Pero, ¿cómo? Podía ocultarlo en su mismo cuarto pero su roomie, tan ordenado y dado a la limpieza, podría hallarlo y siendo tan chismoso, ni imaginar lo que podría suceder. Le cruzó por la mente el incinerarlo, reducirlo a cenizas, pero inmediatamente ese pensamiento desapareció con la imagen del humo y el olor que despediría, además, ¿dónde podría quemarlo? Sonarían las alarmas, podría incendiarse su cuarto de hacerlo allí. No, otra sería su solución. No podía tirarlo en su bote de basura nada más; los RA (residentes administrativos) podían verlo quizá.
Se decidió por salir esa misma noche de su habitación, de puntillas intentó no hacer ruido por ese piso de duela del dormitorio, pero a cada paso que daba chirriaba esa madera vieja, sentía que todos los demás internos saldrían a ver que sucedía y lo atraparían con las manos en la masa; pero eso no sucedió. No podía salir del seminario pues estaban los guardias en las dos garitas resguardando la reja; nadie entraba o salía con facilidad.
Se fue al lugar más alejado, donde no pudiera haber nadie a esas horas. Escogió la parte posterior de la Capilla, la que da a la calle, y allí sacó la caja conteniendo el cd porno y lo aventó hacia arriba. Deseaba que saliera fuera del seminario a la calle. Pero no fue así. ¡La caja se estrelló con un árbol y se abrió! La caja cayó del otro lado del muro, pero para su horror, el disco cayó dentro todavía del seminario. El ruido no fue estrepitoso, pero en el silencio nocturno parecía una campana. Se escuchó el ladrido de algún perro por ahí y luego pasos, quizá del vigilante dentro del seminario o de algún vagabundo afuera, o tal vez era su imaginación o su negra consciencia. No quiso averiguarlo. Corrió entre las sombras y con el sigilo de un gato llegó a su cuarto. Su compañero de cuarto seguía durmiendo plácidamente, todos dormían de hecho. Estaba preocupado, ¿dónde habrá caído?, ¿lo encontrarán? En eso se tranquilizó: “¿y qué si lo encuentran? Nadie lo puede relacionar conmigo a menos que hagan una exploración lofoscópica y encuentren allí mis huellas...” Con ese consuelo, ya casi amaneciendo, durmió.
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Nosotros nos preguntábamos por qué ese dvd estaría tirado allí o de quién habría sido. Teníamos sospechas, pero ninguno dijo nada al respecto, ni entre nosotros ni a nadie más. Mi amigo que lo encontró lo rompió y lo botó a la basura, mientras el otro decía:
-“Bueno, mejor que lo hayas encontrado. Eso significa que quien lo tenía quiso deshacerse de él y no seguir con su pecado…”
-"Buen punto, tienes razón", dije.
Nuestro amigo asintió con la cabeza, se encogió en hombros y salió del cuarto. Nosotros no volvimos a hablar de ello. El problema de nuestro compañero dueño de aquel cd porno había sido resuelto… al menos, por aquella ocasión.