miércoles, 25 de marzo de 2015

El CD porno



Mi compañero de cuarto y yo estábamos descansando después del tiempo de la beca de trabajo cuando llegó con nosotros otro amigo. A él le tocaba hacer la limpieza de Capilla. Pues resulta que al estar barriendo y recogiendo basura detrás de la Capilla encontró allí tirado un DVD pornográfico. 

La pornografía en aquel entonces no era tan fácil de conseguir. Si se quería se tenía que comprar revistas o películas porno piratas, lo cual había sucedido. Hoy ya no es necesario tanto problema, ni si quiera es necesario gastar dinero, el internet está atascado de ello. En ese tiempo el seminario no contaba con servicio de internet. Así que pensemos en todo lo que el dueño de ese cd tuvo que pasar. 

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Salió del seminario hacia a algún puesto de videos pirata. Fuera de allí, corrió el riesgo de ser asaltado por algún raterillo, de esos que abundan por la zona. Sabía bien que podía ser descubierto por alguno de sus compañeros, tal vez por algún profesor o por algún pastor o quizá ser identificado por algún miembro de su iglesia que pasara por ahí. Gastó el poco dinero que tenía en esa compra, pues la mayoría de estudiantes apenas y tienen monedas en sus bolsillos. Contra todos los valores éticos y morales cristianos que recibió, ya sea de su familia o de su iglesia, compró ese pedazo de lujuria. Regresó furtivamente al seminario con su material escondido. Evadió a todos, casi con paranoia, hasta llegar a su dormitorio. Allí esperó la oportunidad de la oscuridad nocturna para verlo en su propia computadora o en una prestada… ¿Cuánto tiempo habrá estado con la preocupación de que su “precioso”, como el anillo de Gollum, le fuera quitado? ¿Y cuál fue su angustia de que ese cd, que latía con fuerza desde su escondite como aquél “corazón delator” de Poe, fuera descubierto? Quién sabe. Pero finalmente, lo disfrutó.

Pero entonces, casi inmediatamente, descubrió lo poco que dura ese placer dándose cuenta, al mismo tiempo, de su pecado. Probablemente se asqueó o sintió vergüenza o se enojó contra sí mismo, por su falta de dominio propio, por su desobediencia e impureza. Y oró, oró, oró fervientemente. Confesó su pecado -¿a Dios o a sí mismo?, preguntaría Bonhoeffer- y se sintió un poco mejor. Pero y ahora, ¿qué hacer?, ¿qué hacer con la evidencia, con esa arma homicida de santidad? Sus huellas dactilares estaban impresas en ese disco. Debía deshacerse del cd. Pero, ¿cómo? Podía ocultarlo en su mismo cuarto pero su roomie, tan ordenado y dado a la limpieza, podría hallarlo y siendo tan chismoso, ni imaginar lo que podría suceder. Le cruzó por la mente el incinerarlo, reducirlo a cenizas, pero inmediatamente ese pensamiento desapareció con la imagen del humo y el olor que despediría, además, ¿dónde podría quemarlo? Sonarían las alarmas, podría incendiarse su cuarto de hacerlo allí. No, otra sería su solución. No podía tirarlo en su bote de basura nada más; los RA (residentes administrativos) podían verlo quizá.

Se decidió por salir esa misma noche de su habitación, de puntillas intentó no hacer ruido por ese piso de duela del dormitorio, pero a cada paso que daba chirriaba esa madera vieja, sentía que todos los demás internos saldrían a ver que sucedía y lo atraparían con las manos en la masa; pero eso no sucedió. No podía salir del seminario pues estaban los guardias en las dos garitas resguardando la reja; nadie entraba o salía con facilidad. 

Se fue al lugar más alejado, donde no pudiera haber nadie a esas horas. Escogió la parte posterior de la Capilla, la que da a la calle, y allí sacó la caja conteniendo el cd porno y lo aventó hacia arriba. Deseaba que saliera fuera del seminario a la calle. Pero no fue así. ¡La caja se estrelló con un árbol y se abrió! La caja cayó del otro lado del muro, pero para su horror, el disco cayó dentro todavía del seminario. El ruido no fue estrepitoso, pero en el silencio nocturno parecía una campana. Se escuchó el ladrido de algún perro por ahí y luego pasos, quizá del vigilante dentro del seminario o de algún vagabundo afuera, o tal vez era su imaginación o su negra consciencia. No quiso averiguarlo. Corrió entre las sombras y con el sigilo de un gato llegó a su cuarto. Su compañero de cuarto seguía durmiendo plácidamente, todos dormían de hecho. Estaba preocupado, ¿dónde habrá caído?, ¿lo encontrarán? En eso se tranquilizó: “¿y qué si lo encuentran? Nadie lo puede relacionar conmigo a menos que hagan una exploración lofoscópica y encuentren allí mis huellas...” Con ese consuelo, ya casi amaneciendo, durmió.

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Nosotros nos preguntábamos por qué ese dvd estaría tirado allí o de quién habría sido. Teníamos sospechas, pero ninguno dijo nada al respecto, ni entre nosotros ni a nadie más. Mi amigo que lo encontró lo rompió y lo botó a la basura, mientras el otro decía: 

-“Bueno, mejor que lo hayas encontrado. Eso significa que quien lo tenía quiso deshacerse de él y no seguir con su pecado…” 

-"Buen punto, tienes razón", dije. 

Nuestro amigo asintió con la cabeza, se encogió en hombros y salió del cuarto. Nosotros no volvimos a hablar de ello. El problema de nuestro compañero dueño de aquel cd porno había sido resuelto… al menos, por aquella ocasión.





lunes, 23 de marzo de 2015

Homosexualidad en el seminario



Era un día como cualquier otro. Por la tarde, después de clases y de la hora de comida, me encontraba en mi cuarto del internado de varones en el seminario. Estaba sentado frente al escritorio haciendo alguna tarea en la computadora. Mi amigo estaba descansando en la litera, en la cama de arriba.

-“Shel...” Me llamó por mi nombre pidiendo mi atención y continuó: “Creo que soy gay.”

Me sacó totalmente de concentración. Levanté mi mirada y él esperaba mi respuesta. Se trataba de mi amigo, mi amigo con quien salía al Mall, veía películas y series, jugaba videojuegos y echaba relajo, con quien bromeaba y me divertía todos los días. Realmente me sorprendió tal declaración. No estaba preparado de ninguna manera para asimilar esa noticia, no sabía qué decir.

-“No manches. ¡No digas eso!” Vociferé.

Seguramente vio mi rostro asustado, quizá mi mirada de desprecio o de asco o de desaprobación, todo ello en una fracción de segundo. Con su semblante tratando de retomar la compostura indicaba su deseo de regresar el tiempo y nunca jamás haberme revelado su conflicto íntimo… Sólo dijo:

-“Ahh… estoy bromeando, ¿cómo crees?”

-“¿Por qué dices eso?”

-“Olvídalo, es broma.”

Se hizo silencio. Sin saber qué hacer o decir, regresé mi mirada a la computadora. Varios pensamientos cruzaban vertiginosamente por mi mente acerca de él, comentarios o situaciones anteriores que iban cuadrando con su revelación. Me sentí incómodo. Supongo que él también, se despidió y salió del cuarto.

A partir de entonces empecé a distanciarme de él. Tras mi falta de misericordia y de orgullo santurrón vino el escarnio. Lo traicioné al platicar de ello con otro amigo cercano a ambos y eso rompió por completo nuestra amistad. Nunca más pude volver a platicar con él.

Años más tarde, estudiando la Escritura modifiqué mi actitud hacia las personas homosexuales, comprendí mejor la gracia de Dios que nos es concedida a todos, la lucha de hermanos y hermanas con su homosexualidad y la misericordia que la Iglesia y cada uno de nosotros necesita mostrarles.

Si tan sólo hubiera sabido esto en aquél entonces, mi reacción habría sido otra. Hubiera ayudado a mi amigo de algún modo, le hubiera mostrado esta misericordia, esta gracia… seríamos amigos aún… Si llegas a leer esta entrada, sólo puedo decirte que lo siento mucho, perdóname por cómo te trate, cómo te hice sentir, cómo te ofendí… Perdón.

domingo, 8 de marzo de 2015

El futbol




En la entrada anterior escribí sobre el ejercicio. Ahora quiero escribir sobre el futbol, lo cual es una parte fundamental en la vida del seminarista latinoamericano, diría yo. Es parte de nuestra cultura. A algunos les parecerá raro que en los seminarios se juegue, pero de hecho, un gran porcentaje de estudiantes, docentes y administrativos le entra a las patadas. Y “a las patadas” literalmente, pues no hubo temporada en la que algún partido no terminara en bronca. ¿Que qué opino yo de los golpes en los partidos? Que son parte del juego. Muchos dirán que un partido debe consistir de unos cuantos pasesitos por aquí y por allá, tiros al arco, algunos goles y listo, que así debe ser el futbol aún más “entre creyentes”. Utopías, ni los niños de primaria se creen ese cuento.

El futbol es un deporte donde el mejor gana. Pero no basta con ganar solamente –como ya lo expresó Ruben Alves tan crudamente en su psicoanálisis indicando que se trata de un placer sádico-, se busca humillar al contrincante. Así vemos desde las jugadas vistosas: el túnel, el sombrerito, la bicicleta, la cuauhtemiña; hasta los óles y los gritos de las porras o inchas, las celebraciones de los goles, los comentaristas, etc. Todo está destinado a derrotar y a hacer quedar mal al rival, a burlarse de él. Todo esto se vive en los torneos de futbol de Seminario. No se trata de un juego santo. Sí juegan santos, por la gracia de Dios, pero que siguen siendo humanos con una pasión desbordante. 

Me di cuenta de ello desde que llegué al seminario por algunos comentarios. Sentí una aversión hacia mi persona de diferentes maneras. Luego, un compañero me hizo el favor de explicarlo: “Es por el futbol. A mucha gente en Centroamérica le caen mal los mexicanos por el futbol. Además sus comentaristas sólo echan leña al fuego menospreciando a nuestros países y jugadores.” Ahora todo estaba claro. Y agregó: “Tendrás que irte acostumbrando.”

Y sí, me llegaría a acostumbrar. Pero si antes para mí no era importante, ahora comenzaba a serlo. Supongo que así lo experimentaron también otros paisanos, incluso quienes nunca antes les había interesado el futbol, chicos y chicas que ni eran seguidores de ningún equipo en México. Ante los comentarios de compañeros de otros países, respondíamos cosas como: “¡Arriba México! …Y si no les gusta, ¡véanlo en el mapa!”

Pero ya en el campo era otra cosa. Había muy buenos jugadores, como Aris de Honduras, que pienso pudo haber jugado profesionalmente, pero su vocación fue otra. Con todo y el teatro que hacía, ¡vaya que le tocaron patadas! En los partidos los dimes y diretes pasaban a otro nivel. En cierto encuentro de mi equipo contra los profesores, un tipo, que era tan sólo esposo de una docente, me seguía para todos lados. A penas recibía el balón, ya sentía una y otra vez sus pataditas en los talones o los “mataperros” en los muslos. Sucedió que en medio campo al recibir el balón le hice una finta y al sentirse burlado me tiró una patada. No alcanzó a tocarme pero me detuve haciendo que el árbitro cobrara la falta. Volteé a verlo con las manos extendidas a los lados, como preguntando cuál era su problema. Se me acercó y me dijo: “Te crees mucho por ser mexicano, ¿no?” y entonces me escupió. Eran tan maleta que ni siquiera atinó su escupida. No pude hacer otra cosa más que reírme de su complejo. Terminó el partido, ni si quiera recuerdo el marcador. Siempre que me lo topaba por el campus sentía su mirada rencorosa. Algunos, como aquel cuate, no logran captar lo lúdico del deporte y regresar al final del partido a estrechar la mano del rival, y cómo él hubo varios más.

En otros partidos, he de confesarlo, fui yo el que di un "santo" patadón. Le tocó a mi amigo Javi, de Bolivia. Era un pase a profundidad y corría por el balón. Javi, como buen defensa estaba bien ubicado, llegó primero y reventó el balón. Yo llegué tarde y me fui con todo, impacté su pie, ambos caímos pero él se llevó la peor parte. Le ayudé a incorporarse, siguió jugando, ese y otros partidos de la temporada, pero un tanto disminuido. Le ofrecí una disculpa y todo siguió como siempre. 

Hubo también situaciones graves. Como aquella donde un pastor, conocido como Checha, y algunos otros de su equipo fueron expulsados por antideportistas: daban patadas, jalones, codazos, decían palabras altisonantes, etc. Los equipos de distintos grados votaron para que fueran expulsados del torneo; creo que la sanción fue la eliminación de ese torneo y la suspensión para el siguiente. 

Uno de los peores momentos se dio cuando, todo por las irregularidades del campo, Alexis se rompió el tobillo o la pierna o ambos en varias partes: Corriendo por el balón pisó un bache, se escuchó un tronido de huesos horrible y cayó al césped. Se lo llevaron al hospital. Creo que terminó sus estudios enyesado. Aquí cabe hacer un señalamiento: Esta es una gran diferencia entre los campos de futbol de EUA y los de Latinoamérica. Allá siempre los riegan, el pasto está bien recortadito y el terreno está parejo; pero pocos juegan, por eso sólo recuerdo haber jugado unos cuantos partidos allá. Pero acá, jugamos donde sea, con todo y los hoyos, surcos, montículos. ¡Ojalá los seminarios pudieran invertir en este ámbito en la vida de su comunidad estudiantil!

Hablando de comunidad, el futbol también enseña a trabajar en equipo. Aunque algunos no lo aprendieron, como los mismos maestros que no dejaban jugar al profe Schmidt o lo metían unos cuantos segundos y lo sacaban inmediatamente por no saber jugar... era muy cómico. En el primer seminario que estuve sólo jugamos unos cuantos partidos como equipo de la institución.**

De izquierda a derecha, arriba: "Poncho", un tipo que no recuerdo cómo se llama, Humberto, Kleber, Fred, Pablo, "Pucho", otro cuate que no recuerdo, Pharence, Sam, Rubens; abajo: Galindo, yo, Gerardo, "Chicuco", Ronnie, Danny, "el Bolillo" y "el Abuelo". 2004.


En el segundo seminario fue más estrecha la relación en cuanto al futbol. Nosotros nombramos a nuestro grado “Inter United”, por estudiantes internos o internacionales unidos. La impresión que tengo de mi grado es que pudimos manejar muy bien nuestras diferencias y cualidades personales y culturales. 

De izquierda a derecha, arriba: Estui, Brian, David, Gerson, yo, Salo e Israel.
Abajo: Elvis, Giovanni, Claudio, Josué "el Pastor", y Fredy. 2006.


En la portería estaba yo, solamente en el primer torneo pues luego pasé a la delantera, o Gerson; en la defensa, Josué Villanueva “Jochecito”, Josué Hernández “el Pastor”, Israel Maravilla, el capitán Elvis, Raúl, y a veces Moi; en la media, “el rey” Salo y Gio; en la delantera: Fredy, Estui, Claudio y Brian. Y claro: mi buen amigo David, Geovana, Debbie, Dama, Nico, Febe, Nancy y Nery, quienes con botellas, palos y cubetas, a modo de batucada, aplausos, gritos, porras y cánticos, estuvieron apoyándonos en cada partido a lo largo de toda la licenciatura. ¡Qué buen tiempo y qué gratos recuerdos!

Algo interesante del jugar futbol (y cualquier otro deporte) es que te hace darte cuenta del desgaste físico que vas teniendo, la edad pesa. En mi último año del seminario me pasó lo que nunca me había pasado: En un contragolpe iba solo ante el arco, de frente estaba el portero, prácticamente sólo tenía que empujarla, detrás venía el último defensa. Había hecho el recorrido desde un poco atrás de medio campo y estaba llegando al área grande cuando de pronto sentí una punzada detrás del muslo, no pude seguir corriendo y caí. El defensa que me dio alcance me reclamó: “Ni te toqué, Chamo”, era de Venezuela. Le dije: “Sí, yo sé, es un calambre. Estírame la pierna.” Desde ese año no he podido regresar al nivel que tenía. Pero así es esto del futbol, así es la vida. Se lucha hasta que ya no se puede. Con todo, ese último año pude levantar el trofeo de goleador.



Ahora, no quiero terminar sin reconocer a los excelentes rivales que tuve: Los profes Concul y Sosa de Guatemala; y los compañeros de otros grados: Aris, Ronald “el Tico”, Ariel de Panamá, el porterazo Josué de segundo año que me caía bien mal, y aunque no fue mi rival sino mi hommie, compañero de cuarto y de equipo, Elvis, que por ser de Guatemala siempre hemos tenido pique. A ustedes amigos, representantes de Centroamérica, les digo: Nos vemos en el Mundial...