domingo, 8 de marzo de 2015

El futbol




En la entrada anterior escribí sobre el ejercicio. Ahora quiero escribir sobre el futbol, lo cual es una parte fundamental en la vida del seminarista latinoamericano, diría yo. Es parte de nuestra cultura. A algunos les parecerá raro que en los seminarios se juegue, pero de hecho, un gran porcentaje de estudiantes, docentes y administrativos le entra a las patadas. Y “a las patadas” literalmente, pues no hubo temporada en la que algún partido no terminara en bronca. ¿Que qué opino yo de los golpes en los partidos? Que son parte del juego. Muchos dirán que un partido debe consistir de unos cuantos pasesitos por aquí y por allá, tiros al arco, algunos goles y listo, que así debe ser el futbol aún más “entre creyentes”. Utopías, ni los niños de primaria se creen ese cuento.

El futbol es un deporte donde el mejor gana. Pero no basta con ganar solamente –como ya lo expresó Ruben Alves tan crudamente en su psicoanálisis indicando que se trata de un placer sádico-, se busca humillar al contrincante. Así vemos desde las jugadas vistosas: el túnel, el sombrerito, la bicicleta, la cuauhtemiña; hasta los óles y los gritos de las porras o inchas, las celebraciones de los goles, los comentaristas, etc. Todo está destinado a derrotar y a hacer quedar mal al rival, a burlarse de él. Todo esto se vive en los torneos de futbol de Seminario. No se trata de un juego santo. Sí juegan santos, por la gracia de Dios, pero que siguen siendo humanos con una pasión desbordante. 

Me di cuenta de ello desde que llegué al seminario por algunos comentarios. Sentí una aversión hacia mi persona de diferentes maneras. Luego, un compañero me hizo el favor de explicarlo: “Es por el futbol. A mucha gente en Centroamérica le caen mal los mexicanos por el futbol. Además sus comentaristas sólo echan leña al fuego menospreciando a nuestros países y jugadores.” Ahora todo estaba claro. Y agregó: “Tendrás que irte acostumbrando.”

Y sí, me llegaría a acostumbrar. Pero si antes para mí no era importante, ahora comenzaba a serlo. Supongo que así lo experimentaron también otros paisanos, incluso quienes nunca antes les había interesado el futbol, chicos y chicas que ni eran seguidores de ningún equipo en México. Ante los comentarios de compañeros de otros países, respondíamos cosas como: “¡Arriba México! …Y si no les gusta, ¡véanlo en el mapa!”

Pero ya en el campo era otra cosa. Había muy buenos jugadores, como Aris de Honduras, que pienso pudo haber jugado profesionalmente, pero su vocación fue otra. Con todo y el teatro que hacía, ¡vaya que le tocaron patadas! En los partidos los dimes y diretes pasaban a otro nivel. En cierto encuentro de mi equipo contra los profesores, un tipo, que era tan sólo esposo de una docente, me seguía para todos lados. A penas recibía el balón, ya sentía una y otra vez sus pataditas en los talones o los “mataperros” en los muslos. Sucedió que en medio campo al recibir el balón le hice una finta y al sentirse burlado me tiró una patada. No alcanzó a tocarme pero me detuve haciendo que el árbitro cobrara la falta. Volteé a verlo con las manos extendidas a los lados, como preguntando cuál era su problema. Se me acercó y me dijo: “Te crees mucho por ser mexicano, ¿no?” y entonces me escupió. Eran tan maleta que ni siquiera atinó su escupida. No pude hacer otra cosa más que reírme de su complejo. Terminó el partido, ni si quiera recuerdo el marcador. Siempre que me lo topaba por el campus sentía su mirada rencorosa. Algunos, como aquel cuate, no logran captar lo lúdico del deporte y regresar al final del partido a estrechar la mano del rival, y cómo él hubo varios más.

En otros partidos, he de confesarlo, fui yo el que di un "santo" patadón. Le tocó a mi amigo Javi, de Bolivia. Era un pase a profundidad y corría por el balón. Javi, como buen defensa estaba bien ubicado, llegó primero y reventó el balón. Yo llegué tarde y me fui con todo, impacté su pie, ambos caímos pero él se llevó la peor parte. Le ayudé a incorporarse, siguió jugando, ese y otros partidos de la temporada, pero un tanto disminuido. Le ofrecí una disculpa y todo siguió como siempre. 

Hubo también situaciones graves. Como aquella donde un pastor, conocido como Checha, y algunos otros de su equipo fueron expulsados por antideportistas: daban patadas, jalones, codazos, decían palabras altisonantes, etc. Los equipos de distintos grados votaron para que fueran expulsados del torneo; creo que la sanción fue la eliminación de ese torneo y la suspensión para el siguiente. 

Uno de los peores momentos se dio cuando, todo por las irregularidades del campo, Alexis se rompió el tobillo o la pierna o ambos en varias partes: Corriendo por el balón pisó un bache, se escuchó un tronido de huesos horrible y cayó al césped. Se lo llevaron al hospital. Creo que terminó sus estudios enyesado. Aquí cabe hacer un señalamiento: Esta es una gran diferencia entre los campos de futbol de EUA y los de Latinoamérica. Allá siempre los riegan, el pasto está bien recortadito y el terreno está parejo; pero pocos juegan, por eso sólo recuerdo haber jugado unos cuantos partidos allá. Pero acá, jugamos donde sea, con todo y los hoyos, surcos, montículos. ¡Ojalá los seminarios pudieran invertir en este ámbito en la vida de su comunidad estudiantil!

Hablando de comunidad, el futbol también enseña a trabajar en equipo. Aunque algunos no lo aprendieron, como los mismos maestros que no dejaban jugar al profe Schmidt o lo metían unos cuantos segundos y lo sacaban inmediatamente por no saber jugar... era muy cómico. En el primer seminario que estuve sólo jugamos unos cuantos partidos como equipo de la institución.**

De izquierda a derecha, arriba: "Poncho", un tipo que no recuerdo cómo se llama, Humberto, Kleber, Fred, Pablo, "Pucho", otro cuate que no recuerdo, Pharence, Sam, Rubens; abajo: Galindo, yo, Gerardo, "Chicuco", Ronnie, Danny, "el Bolillo" y "el Abuelo". 2004.


En el segundo seminario fue más estrecha la relación en cuanto al futbol. Nosotros nombramos a nuestro grado “Inter United”, por estudiantes internos o internacionales unidos. La impresión que tengo de mi grado es que pudimos manejar muy bien nuestras diferencias y cualidades personales y culturales. 

De izquierda a derecha, arriba: Estui, Brian, David, Gerson, yo, Salo e Israel.
Abajo: Elvis, Giovanni, Claudio, Josué "el Pastor", y Fredy. 2006.


En la portería estaba yo, solamente en el primer torneo pues luego pasé a la delantera, o Gerson; en la defensa, Josué Villanueva “Jochecito”, Josué Hernández “el Pastor”, Israel Maravilla, el capitán Elvis, Raúl, y a veces Moi; en la media, “el rey” Salo y Gio; en la delantera: Fredy, Estui, Claudio y Brian. Y claro: mi buen amigo David, Geovana, Debbie, Dama, Nico, Febe, Nancy y Nery, quienes con botellas, palos y cubetas, a modo de batucada, aplausos, gritos, porras y cánticos, estuvieron apoyándonos en cada partido a lo largo de toda la licenciatura. ¡Qué buen tiempo y qué gratos recuerdos!

Algo interesante del jugar futbol (y cualquier otro deporte) es que te hace darte cuenta del desgaste físico que vas teniendo, la edad pesa. En mi último año del seminario me pasó lo que nunca me había pasado: En un contragolpe iba solo ante el arco, de frente estaba el portero, prácticamente sólo tenía que empujarla, detrás venía el último defensa. Había hecho el recorrido desde un poco atrás de medio campo y estaba llegando al área grande cuando de pronto sentí una punzada detrás del muslo, no pude seguir corriendo y caí. El defensa que me dio alcance me reclamó: “Ni te toqué, Chamo”, era de Venezuela. Le dije: “Sí, yo sé, es un calambre. Estírame la pierna.” Desde ese año no he podido regresar al nivel que tenía. Pero así es esto del futbol, así es la vida. Se lucha hasta que ya no se puede. Con todo, ese último año pude levantar el trofeo de goleador.



Ahora, no quiero terminar sin reconocer a los excelentes rivales que tuve: Los profes Concul y Sosa de Guatemala; y los compañeros de otros grados: Aris, Ronald “el Tico”, Ariel de Panamá, el porterazo Josué de segundo año que me caía bien mal, y aunque no fue mi rival sino mi hommie, compañero de cuarto y de equipo, Elvis, que por ser de Guatemala siempre hemos tenido pique. A ustedes amigos, representantes de Centroamérica, les digo: Nos vemos en el Mundial...





2 comentarios:

  1. Que buena entrada jajaja, muchos recuerdos de aquellas "chamuscas" yo sé quien es el esposo de la profesora, también tuve mis encontrones con él, en un partido me dio una patada que con lo flaco que yo estaba me mando a volar por los aires y me va a dar la mano para levantarme yme dice: -esto es para que aprendás que estas en Guatemala- yo ni le hice caso, pero en cuanto pude le devolví su patada jajaja estoy de acuerdo contigo dentro de la cancha uno se desahoga e intenta de todas las formas ganar pero una vez acabado el partido intentaba darle la mano a todos mis rivales pues allí acababa todo, nunca tuve resentimientos con nadie producto del fútbol, aunque sí supe de algunos que lo tuvieron conmigo (y quien sabe si lo tienen aun) muy buen post, por cierto es un honor estar en el salón de la fama de los rivales encontrados en el seminario jejeje ¡saludos!

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    1. ¡Fueron buenos tiempos con todo y todo! Eras uno de mis acérrimos rivales en aquellos días, aunque seguro no te dabas cuenta jeje Pero así es esto del futbol XD

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