lunes, 23 de marzo de 2015

Homosexualidad en el seminario



Era un día como cualquier otro. Por la tarde, después de clases y de la hora de comida, me encontraba en mi cuarto del internado de varones en el seminario. Estaba sentado frente al escritorio haciendo alguna tarea en la computadora. Mi amigo estaba descansando en la litera, en la cama de arriba.

-“Shel...” Me llamó por mi nombre pidiendo mi atención y continuó: “Creo que soy gay.”

Me sacó totalmente de concentración. Levanté mi mirada y él esperaba mi respuesta. Se trataba de mi amigo, mi amigo con quien salía al Mall, veía películas y series, jugaba videojuegos y echaba relajo, con quien bromeaba y me divertía todos los días. Realmente me sorprendió tal declaración. No estaba preparado de ninguna manera para asimilar esa noticia, no sabía qué decir.

-“No manches. ¡No digas eso!” Vociferé.

Seguramente vio mi rostro asustado, quizá mi mirada de desprecio o de asco o de desaprobación, todo ello en una fracción de segundo. Con su semblante tratando de retomar la compostura indicaba su deseo de regresar el tiempo y nunca jamás haberme revelado su conflicto íntimo… Sólo dijo:

-“Ahh… estoy bromeando, ¿cómo crees?”

-“¿Por qué dices eso?”

-“Olvídalo, es broma.”

Se hizo silencio. Sin saber qué hacer o decir, regresé mi mirada a la computadora. Varios pensamientos cruzaban vertiginosamente por mi mente acerca de él, comentarios o situaciones anteriores que iban cuadrando con su revelación. Me sentí incómodo. Supongo que él también, se despidió y salió del cuarto.

A partir de entonces empecé a distanciarme de él. Tras mi falta de misericordia y de orgullo santurrón vino el escarnio. Lo traicioné al platicar de ello con otro amigo cercano a ambos y eso rompió por completo nuestra amistad. Nunca más pude volver a platicar con él.

Años más tarde, estudiando la Escritura modifiqué mi actitud hacia las personas homosexuales, comprendí mejor la gracia de Dios que nos es concedida a todos, la lucha de hermanos y hermanas con su homosexualidad y la misericordia que la Iglesia y cada uno de nosotros necesita mostrarles.

Si tan sólo hubiera sabido esto en aquél entonces, mi reacción habría sido otra. Hubiera ayudado a mi amigo de algún modo, le hubiera mostrado esta misericordia, esta gracia… seríamos amigos aún… Si llegas a leer esta entrada, sólo puedo decirte que lo siento mucho, perdóname por cómo te trate, cómo te hice sentir, cómo te ofendí… Perdón.

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