lunes, 29 de julio de 2013

Bebés

A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos… Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. 
-Génesis 3:16a, 20.

El resultado de la desobediencia de Adán y Eva fue desastroso tanto para el varón como para la mujer y toda la creación. El juicio de Dios que recayó sobre Eva maximizó su dolor de parto. Es un juicio que llega a lo profundo del ser-mujer.

Justo hoy, martes 23 de julio de 2013, Marlen, Mar, mi esposita maravillosa, ha sido ingresada en el Hospital Materno Infantil “Dr. Nicolás M. Cedillo Soriano” de la Secretaría de Salud, ubicado en la Delegación Azcapotzalco del Distrito Federal, para dar a luz a nuestro amado y esperado primogénito. Cuando llegamos a las 8:20 de la mañana ya había otras mujeres embarazadas, eran de diferentes edades, desde quince años hasta cuarenta y algo; algunas, como Mar, estaban tranquilas, otras tenían mucho dolor, una al punto del llanto. Después de todo el papeleo la ingresaron.

Tardaron más de una hora en llamarme para recoger sus pertenencias pues sólo estaría con esa bata típica que usan los pacientes. Entré. Allí la vi, acostadita y con suero, pero como siempre con su gran sonrisa, tranquila pero, como se diría en la imaginería profética, ya con el “principio de dolores” reflejado en sus ojos cafés.

Puedo imaginarme a Eva, experimentando ese dolor de parto al mismo tiempo que el juicio de Dios resonaba en su corazón: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos”. Esa palabra de Dios sigue haciendo eco en cada nacimiento.

¡Qué impacto debió ser para Adán ver a su Evita por primera vez gritando, llorando, sufriendo al dar a luz! Así cada mujer que entra en labor de parto conoce algo del sufrimiento que conlleva el pecado. No porque la relación sexual en el matrimonio o el dar a luz sea malo o pecaminoso, sino porque evidencia el juicio de Dios sobre la desobediencia. Franz Julius Delitzsch comenta: “Que la mujer debía dar a luz hijos fue la voluntad original  de Dios; pero fue un castigo el que de ahí en adelante tuviera que hacerlo con dolores, dolores que amenazaran su vida del mismo modo que la del hijo” (Keil y Delitzsch, Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento. Pentateuco e históricos Trad. Ivo Tamm. Barcelona: Editorial Clie, 2008; p. 60).

Hoy, con tristeza, reconozco mi pecado y sus consecuencias en el dolor de Mar. Y cada varón que participa en la concepción debería atisbar en el dolor de la mujer su propio pecado. Qué feo que la mayoría de las embarazadas que están en el hospital estén sin sus esposos. Algunas madres perjuraban a quienes embarazaron a sus hijas. Cuántos, en todo el mundo, abandonan a su compañera después de haber obtenido gratificación sexual dejándola sola, sufriendo por la llegada de un bebé que no tendrá padre. A Adán se le podrá culpar de nuestra miseria resultado de su pecado (el pecado original), pero debemos reconocer su hombría: siguió a su esposa hasta el pecado y recibió con resignación la consecuencia. Y en el nacimiento de su hijo se acordó de su desobediencia a Dios.

Pero Adán contempló algo después de escuchar el veredicto divino. Sabía que el mandato de Dios era no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal so pena de muerte (Gn. 2:17), pero él y su esposa habían comido desobedeciendo, y no habían muerto del todo. Si bien, la muerte fue la alienación del ser: alienación de Dios, de sí mismo y de todo lo creado; su corazón aún latía y el corazón de su esposa también aún latía. Entonces no todo estaba perdido. Adán lo intuye y ve, a pesar del juicio de Dios, esperanza. Si Dios, como juicio, establecía la multiplicación de los dolores de la preñez entonces implicaba con ello también su misericordia: nueva vida.

La vida triunfa sobre la muerte. El juicio de Dios es también misericordia. Por ello, Adán, haciendo un juego de palabras, Ḥavah - ḥayyah (Eva – seres vivos), le da a su esposa el nombre de “Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes”. Gerhard von Rad (El libro del Génesis 4ta edición. Trad. Sergio Romero. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2008; 112-113) explica:

En esta nominación de la mujer por parte del hombre debemos ver un acto de fe, no desde luego de una fe en las promesas implícitas en el veredicto punitivo, sino un aferrarse a la vida que sigue siendo un gran milagro y un gran misterio de la maternidad, milagro y misterio que se mantienen por encima de las fatigas y de la muerte… ¡Quién podrá expresar lo que estas palabras encierran de dolor, y de amor, y de empeño!

Algunos usan el término “aliviarse” como eufemismo de la labor de parto. Suena bastante apropiado en este contexto, ¿no lo creen? La mujer se alivia del dolor, del sufrimiento, e incluso de la consecuencia del pecado. Y luego vino la maravillosa bendición que Adán y Eva recibieron al poder sostener en sus brazos a su hijito. Hoy puedo comprenderlo plenamente. Puedo remontarme a ese momento junto con ellos: Allí, afuera del paraíso, en un mundo ya hostil, levantan a su bebé en alto, como señal de la misericordia de Dios a pesar de su pecado.

De modo que cada nacimiento no es tan sólo un recordatorio de nuestro pecado juzgado por Dios, sino que también nos recuerda la misericordia de Dios. La vida es la última palabra de Dios y no la muerte. Cada bebé trae consigo gozo y esperanza, no importan las circunstancias en las que haya sido concebido, pues esa esperanza y gozo no se fundamentan en lo que el ser humano haga o deje de hacer, sino en la misericordia que Dios ofrece: la vida…


Hoy ya es miércoles 24, por fin pude pasar a ver a mi esposita: Mar está cansada pero gozosa y con buena salud, le pude decir “te amo” y darle un beso prolongado... Mi hijito estaba a su lado en una cunita, una etiqueta registraba su información: Hora de nacimiento, 00:10; sexo, masculino; talla, 54 cm, peso, 3.640 Kg, APGAR 9.9. Lo pude cargar, levantar por sobre mi cabeza y decirle con lágrimas en mis ojos: “Hijo, hijito, soy tu papi y tú eres Ian: Dios es misericordioso.”

jueves, 18 de julio de 2013

Dios y "la ley del hielo"


Guido Gómez de Silva, editor del Diccionario breve de mexicanismos (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica y Academia Mexicana, 2008; p. 90), en cuanto a la palabra ‘Hielo’ anota:

Aplicarle a alguien el hielo. loc. Ningunearlo, no tomarlo en consideración. Aplicar a alguien la ley del hielo. loc. No dirigirle la palabra.

La acción de no dirigirle la palabra a una persona tiene implicaciones serias, muy profundas y lamentables. Y es que tiene que ver con el mismo lenguaje y por ende, el mismo ser. Veamos porqué.

Heidegger señaló que “el lenguaje es la casa del ser”. El hablar diferencia de modo particular al ser humano de las plantas y animales. El lenguaje requiere raciocinio. Implica la comprensión de lo que sucede tanto en el exterior como en lo interior. El lenguaje es algo de lo que constituye al ser humano y por ende es una necesidad. El hecho de nombrar algo se debe a la capacidad de la conceptualización, de generar la idea, así como la habilidad de comunicarla. De modo que el lenguaje tiene que ver, no sólo con el ‘yo’, sino con el ‘otro’. Le permite a la persona exteriorizar la experiencia o la idea. Le permite relacionarse, vivir en comunidad, en armonía.

Como cristianos podemos señalar que el habla es evidencia de ser creados a imagen de Dios. Génesis, capítulo uno, repite insistentemente que la creación parte del hablar de Dios: “dijo Dios”, seguido por la frase, a modo de corroboración: “y fue así”. Luego, el ser humano es creado a imagen de Dios (Gn. 1:27). Dios le habla al hombre estableciendo un mandato (Gn. 2:16-17). Después, Adán le da nombre a los animales como parte de una de las primeras tareas encomendadas por Dios (Gn. 2:19-20), señalando ello su raciocinio y capacidad de conceptualización otorgado al ser imagen de Dios. Y no sólo le da nombre a los animales, también entona un poema a Eva (Gn. 2:23-24). E inmediatamente después de que ambos, Adán y Eva, pecan, Dios les habla buscando que ellos respondan responsablemente (Gn. 3:9-13), y les habla emitiendo su veredicto (Gn. 3:14-24). A lo largo de todo el Antiguo Testamento Dios habla al ser humano y éste responde.

El Evangelio según San Juan presenta al Logos de Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Jn. 1:1-2). El Logos, que se puede traducir como Verbo o Palabra, es Dios mismo, y por tanto Creador: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:3). El Logos “fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). El Logos es el Hijo unigénito de Dios, y el Logos es Jesús (Jn 1:29-34). Siendo entonces Jesús, la Palabra de Dios al ser humano. De ahí que la Epístola a los Hebreos señale: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (He. 1:1-2). Por tanto, la Palabra de Dios da vida a nuestro ser. Por eso 1 Juan 1:1 se refiere a Jesucristo como el “Verbo de vida”. De manera que el habla es símbolo de vida.

En contraste, la ausencia de ella es muerte. Si Dios no habla, no hay nada, no hay vida, no hay ser. Respecto al ser humano, veamos algunos ejemplos del Antiguo Testamento: En el libro del Éxodo, Dios llama a Moisés para que hable a Faraón y saque al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto (3:1-10), pero Moisés se excusa: “…soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre?, ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” (4:10-11); Dios hace al mudo de nacimiento. En Salmos 31:17 se hace un contraste entre el justo que invoca al Señor y el impío, el clamor del que invoca al Señor es: “No sea yo avergonzado, oh Jehová, ya que te he invocado. Sean avergonzados los impíos, estén mudos en el Seol”; este paralelismo entre mutismo y Seol, indica la muerte. En Salmos 38:13 tenemos la oración de un pecador que ruega a Dios por salvación, en su angustia se presenta: “…soy como mudo que no abre la boca”; el pecado produce muerte, y en estos dos pasajes vemos la muerte representada como mutismo. En Proverbios 31:8-9 se impele al rey a gobernar con justicia y una muestra de ello es el hablar por los sin-voz, los afligidos: “Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso.” Como parte de la salvación de parte de Dios, en Isaías 35:5-6 se profetiza: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo…”

Luego en el Nuevo Testamento, particularmente en los evangelios, se registran varios exorcismos realizados por el Señor Jesucristo: “Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echando fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” (Mt. 9:32-33). “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba” (Mt. 12:22). “Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos,  mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel” (Mt. 15:30-31). En estos pasajes el mutismo es o enfermedad (tal vez, condición de nacimiento) u obra de los demonios; sea lo uno o lo otro aflige a la persona, y es Jesús quien libera de esa aflicción y da vida plena. Por ello Jesús, cuando Juan el bautista envía a sus discípulos para preguntar si él era el Mesías, responde citando el texto de Isaías 35: “Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio…” (Mt. 11:5; cf. Lc. 7:22). El que Jesús cite fracción de Isaías 35 incluye su totalidad, indicando el inicio de su reinado.

Después de hacer este recorrido panorámico, podemos decir que si el habla es símbolo de vida, el mutismo aunque puede ser una condición de nacimiento o enfermedad, sin ninguna connotación ética o moral, también puede ser provocado por fuerzas demoníacas, en otros casos es consecuencia del pecado; en general, representa a los que sufren injusticia, los pobres, a aquellos que son oprimidos. En conclusión, el mutismo es símbolo de muerte.

Se ha entendido que la persona a quien se le aplica “la ley del hielo” es como si estuviera muerta puesto que se le ignora. Pero en realidad, quien aplica “la ley del hielo” se presenta a sí mismo como carente de vida, un muerto, y al muerto no le importa qué haga o diga el que está vivo, el muerto ya no emite sonido. Por eso, modificando un poco la definición dada arriba: él mismo se ningunea, se auto-invalida. Quien aplica la “ley del hielo” opta por la indiferencia, según él, pero en realidad es porque no desea sentir, no desea experimentar ninguna emoción o sentimiento causada por el otro, está oprimido a tal grado de no hablar; en cierto sentido, no desea vivir, se muere para el otro. ¡Qué triste es el que aplica tal “ley”!


Si te han aplicado la “ley del hielo” recuerda que Dios te habla y su Palabra, Jesucristo, te da vida plena y abundante. Y si tú la has aplicado, no desprecies la vida que el Señor te ha dado comportándote como un muerto al no hablar. Ve y habla a tu prójimo.

lunes, 8 de julio de 2013

Kitty y el 'yugo desigual'


Hace poco, mi primo Kitty (su nombre ha sido cambiado para proteger su identidad) preguntó en Facebook cuál era la opinión de sus contactos respecto al tema del 'yugo desigual', en particular, si aplicaba al noviazgo o sólo al matrimonio. En total hubo 109 entradas de las cuales muchas fueron jocosas mientras que otras expresaban sinceramente la opinión de la gente. No se si todos los que comentaron eran creyentes, lo que agudizaba la cuestión. Sin embargo, al ir leyendo lo que escribían me vi impelido a entrar en el diálogo y responder desde la exégesis del pasaje en cuestión.

Por ahí alguien escribió:
"Depende de que tanto crees lo que dices creer o si es sólo por identificarte como religioso" (sic)
 Y antes, alguien más había escrito:
"Creo que el pensar en tu relacion con Dios no es meterse en rollos religiosos, por que tu relacion con Dios y Jesus no es religión sino RELACION..." (sic)
Ya escribí en publicaciones anteriores acerca de la ideología 'religión-relación'. Pero este es un claro ejemplo de lo mucho que influye y afecta, en toda área de la vida, el crear dicha dicotomía. El asunto es que sin el fundamento de la Escritura (base de la religión cristiana) no hay certeza y entonces sí, todo argumento es subjetivo, tal como lo expresa el primer comentario citado. El versículo en cuestión es 2 Corintios 6:14, que por el hecho de ser Palabra de Dios, su validez, autoridad y veracidad no descansa en si es creído o no, aceptado o rechazado; sigue siendo Palabra de Dios lo quieran o no (este asunto es todo un tema aparte que espero luego poder tratar).

Algo curioso, es que muchos contestaron: "yo creo que...", "para mi que...", "a mi modo de ver...", o "en mi experiencia..."; lo cual no es del todo malo, pero en tales casos hay un desplazamiento de la Palabra de Dios, su autoridad ya no es la base sino la opinión personal. Y una experiencia particular no debe pretender ser una norma general. Sólo la Palabra de Dios debe ser el fundamento.

Puesto que este blog lo escribo directamente a cristianos, entonces supondré que para ti no hay ningún problema en aceptar la validez, autoridad y veracidad de la Palabra. Así que prosigamos con el tema del 'yugo desigual'.

El versículo comienza con: 'No os unáis', literalmente: 'no lleguen a estar'. El verbo es un imperativo precedido por la partícula negativa. Esto indica que es un mandato a: 1) dejar de hacer algo que se esta realizando, o 2) que es algo que por regla general nunca jamás debe hacerse: no hay excepciones. Algunos cristianos corintios mantenían relaciones con incrédulos, razón por la cual el apóstol Pablo les ordena que dejen de hacerlo y que nunca lo hagan. Al mismo tiempo establece un principio para todo cristiano: el mandato a no unirse en yugo desigual. Este mandato implica que no hay excepciones para poder mantener relaciones con incrédulos; pues, por ejemplo, seguramente podrían decir: "¡ah, es que es bien buena onda!" o "¡es que está re-buena!" o "es bien lindo, respetuoso, cariñoso y amoroso" o como alguien comentó: "depende de que tan bien esté el yugo" (sic). Cualquiera que pueda ser una buena razón para establecer dicha relación queda sin ningún valor ante el mandato dado a nosotros en la Escritura. 

El término griego heterodzugéo traducido por 'yugo desigual' (Balz y Schneider, Eds. Diccionario exegético del Nuevo Testamento Volumen 1, tercera edición. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2005, p. 1622) designa el: 
"...caminar juntos bajo un yugo extraño."
La imagen que describe este verbo es la de un peso que se carga y que agobia, desvía, retrasa o impide el caminar. Esa es la lamentable situación del creyente en una relación con un incrédulo: no logra el objetivo de su vida. Al respecto, un comentario fue:
"es un principio que se basa en la diferencia radical que se supone que debe haber en ti como hijo de Dios...pero también es un principio cierto en otras áreas como por ejemplo madurez espiritual (ser madura y andar con un bebé espiritual es de flojera) u otros valores básicos que no estamos dispuestos a negociar. (sic)
Aunque parece bueno este comentario no es lo que el pasaje está enseñando. No habla de esa madurez espiritual; ese es otro aspecto a discutir pero no en base al versículo en cuestión. Pues el mandato es en relación al creyente y el incrédulo. 

Dicho término en plural es apistoi, 'incrédulos'. Algunos de los jóvenes que comentaron cambiaron de modo natural el término por 'inconverso' o 'inconversa', que aunque no es tan severo como el original capta algo del significado. Ante tal término una persona publicó:
"Jajajajaa... 'inconversa'... esas etiquetas... saben? En los ultimos meses me ha dicho Dios de mil maneras: Yo amé al mundo tanto que dí a mi Hijo, al mundo, completo, en general... los de las etiquetas son ustedes" (sic)
Es cierto que Dios ama a todo ser humano, no obstante hay una clara diferencia entre aquél que cree y aquella persona que rechaza hacerlo. Los términos 'creyente' e 'incrédulo' se utilizan en relación a Cristo, o sea: se cree en Cristo o no. El ser 'creyente' o 'incrédulo' no solamente es un adjetivo dado a la persona; más bien, tiene que ver con el ontos, es decir, define el ser. De manera que 'creyente' o 'incrédulo' no son tan sólo una característica de la persona sino su mismo ser. Este matiz es importante porque se puede llegar a pensar que ser 'creyente' o 'incrédulo' es una cualidad de la persona como ser alto, guapa, morena, musculoso, etc., (tal como piensan algunos de los jóvenes que comentaron la publicación). Sin embargo, 'creyente' o 'incrédulo' es el mismo ser de la persona y, por consecuencia, es lo que constituye y rige su vivir. Y esto es definido en relación Cristo Jesús, él es quien define el ser. Ante Jesucristo solo se puede ser creyente o incrédulo, con todas las consecuencias que conlleva.

El término 'incrédulos' al ser masculino plural es inclusivo, implica tanto hombres como mujeres. Sería un error pensar que sólo aplica a las cristianas y que los varones cristianos están exentos. Por lo tanto, es una advertencia para todo creyente, varón o mujer, a no asociarse con los incrédulos, sean varones o mujeres.

Otro aspecto que clarifica la cuestión son los otros términos utilizados en el pasaje (1 Co. 6:14-18). Están ubicados en contraste y total oposición: 'ustedes - incrédulos', 'justicia - injusticia', 'luz - tinieblas', 'Cristo - Belial', 'creyente - incrédulo', 'templo de Dios - ídolos'. Lo cual nos muestra la completa incompatibilidad de tales relaciones.

El contexto entonces explica el versículo: la Palabra de Dios manda a todo creyente en Jesucristo a no relacionarse con quien no cree en Jesucristo y por lo tanto, no solamente aplica al matrimonio. De lo contrario sería una excusa conjeturar que: "puesto que es un mandato exclusivo del matrimonio, entonces puedo tener la novia que yo quiera aunque sea incrédula". Cosa curiosa es que alguien escribió:
"Hay mas flexivilidad en el noviasgo( siempre y cuando tus intenciones sean ganarla para Cristo) el cual fue mi caso y funciono!!!" (sic)
Tal modo de ver el pasaje tergiversa el mensaje de la Escritura. Busca ser una excusa para desobedecer, es una racionalización del pecado en la experiencia personal. Además se mezclan dos cosas distintas: la relación de yugo desigual y la evangelización. Lo que es una manera de hacer pasar algo malo por algo bueno. Se trata del clásico "evangeligue": un creyente se siente atraído por una incrédula y como sabe que no puede haber tal relación, entones busca "evangeligarla". El Evangelio se torna utilitarismo. Y aunque llegue a resultar en primer instancia no significa que esté aprobado o sea la excepción al mandato. Pregunto (sarcásticamente), ¿por qué será que a lo largo de más de dos mil años de cristianismo no ha existido algo así como un Ministerio-para-"evangeligar"-a-la-pareja-deseada:-"Dios-te-ama-y-yo-también"?

En resumen y llanamente, el versículo de 2 Corintios 6:14 aplica a toda relación, incluyendo el noviazgo.

miércoles, 3 de julio de 2013

¿Flor o fruto? Religioso autoengañado o religioso genuino.



Después de ver algunas cuestiones en cuanto a los conceptos religión-relación, les escribo finalmente un estudio de Santiago 1:26-27. Mi deseo es que sirva para que cada uno de nosotros que decimos creer en Jesucristo, realicemos una evaluación de nuestra fe, nuestra religión, y entonces seamos religiosos genuinos.
Dietrich Bonhoeffer, analizaba la motivación y el resultado que tenían las acciones de dos tipos de iglesias. Distinguía que mientras una cultiva flores de invernadero, impulsada por un amor psíquico, egoísta; el otro produce frutos saludables que crecen, por voluntad de Dios, en libertad bajo el cielo, expuestos a la lluvia, al sol y al viento, como resultado de un amor  espiritual, sacrificial y entregado al otro (Dietrich Bonhoeffer. Vida en comunidad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2003; p. 28).
Actualmente, muchas iglesias aparentan ser cristianas pero existe una gran diferencia. Muchos hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños dicen ser creyentes en Cristo, pero su modo de vivir indica lo contrario. Hay flores radiantes, de colores hermosos y vistosos, de grato aroma, pero de invernadero, de ornamento: gente que aparenta piedad pero tan sólo busca sus propios intereses. Pero también hay frutos, maduros, jugosos, deliciosos al paladar, útiles y necesarios: cristianos genuinos que se dan a sí mismos a la comunidad en la que viven y le dan vida.
Santiago escribe su epístola a todos los creyentes de los primeros años de la iglesia, demostrándoles que el religioso genuino es aquél que obedece sirviendo a los demás y, por lo tanto, es el que cree. El cristiano es el que demuestra en sus obras su fe: aquél que es fruto agradable a Dios. Sin duda, esta epístola fue dura de aceptar para la comunidad de aquél entonces, y lo ha seguido siendo, incluso algunos representantes de la Reforma la rechazaron por su énfasis en las obras. Así que hoy nos toca a nosotros escudriñar nuestra proclama de ser cristianos, debemos preguntarnos: ¿qué clase de religioso soy?, ¿seré flor o fruto? Para responder adecuadamente a esta interrogante veamos nuestro pasaje, Santiago 1:26-27:
Si alguno se ve como religioso, pero no controla su lengua sino que engaña su corazón, su religión es inútil. La religión pura e incorruptible delante de Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación, y guardarse sin mancha del mundo. (Traducción mía)

Partiendo de este pasaje, vemos que existe el peligro de autoengañarse sin ser útil para nadie: se trata de la flor (1:26). Si alguno se ve como religioso, pero no controla su lengua sino que engaña su corazón, su religión es inútil.

En estos dos breves versículos, Santiago utiliza la palabra ‘religión’ en dos ocasiones y ‘religioso’ una vez. Lo que se entendía por ‘religión’ era: las creencias apropiadas y práctica devota de obligaciones relacionadas a personas y poderes sobrenaturales (Louw-Nida Lexicon. Versión digital en BibleWorks7). En este caso se trata obviamente de la religión cristiana. “Es una estructura de eficacia retórica… Se ofrecen ejemplos de piedad religión falsa o verdadera” (“threskeía”, W. Radl. Diccionario exegético del Nuevo Testamento. Volumen 1. Horst Balz y Gerhard Schneider, eds. 3ra ed. Salamanca; Ediciones Sígueme, 2005; p. 1898). Por lo que el ‘religioso’ es uno que se ocupa de las ordenanzas religiosas (Friberg Lexicon. BibleWorks7).
Comienza con aquel que “se cree religioso”, o “piensa que es religioso”. Hoy podríamos decir que se trata de personas que creen que son cristianas porque asisten a la iglesia, leen la Biblia, o porque quizá debido a que su familia es cristiana también ella lo es. Pero la Palabra nos da parámetros para examinarnos:
El que se cree religioso no controla su lengua. Esta es una de las características más visibles. Cuando el autor escribe “no controla” o “refrena su lengua” utiliza la figura que describe al jinete que utiliza las riendas para dirigir su caballo. Entonces el que no “controla” su lengua, ¡es como el que va cabalgando sin tomar las riendas de su caballo! Una locura cuyo desenlace es un grave accidente para él, y seguramente con daños a terceros. Es curioso que, por ejemplo, muchos de los que se creen religiosos dicen “hablar en lenguas” cuando son “llenos del Espíritu”, pero no controlan su lengua cuando dicen chismes, groserías, chistes sucios, albures, mentiras, o adulaciones.
La siguiente cualidad que nos da la Escritura no es visible, por lo que nos lleva a escudriñar nuestra vida con mayor detenimiento. El texto dice que “engaña su corazón”. En la Escritura el “corazón” señala la fuente de las diversas manifestaciones del hombre: el interior, por oposición al rostro o a los labios, la fuente de los pensamientos intelectuales, de la fe, de la comprensión, de la conciencia moral (Xavier Léon-Dufour. Diccionario del Nuevo Testamento. Bilbao: Editorial Desclée De Brouwer, 2002; pp. 203-204). Por tanto, el que se cree religioso se auto-engaña. En este pasaje los dos verbos ‘refrena’ (o ‘controla’) y ‘engaña’ están en voz activa, lo que nos muestra que son acciones que la persona voluntariamente realiza.
Anteriormente, la Palabra nos dice que el religioso no controla su lengua y ahora nos habla de que engaña su corazón. Hace un contraste entre aquello que es notorio, su hablar, y lo más profundo de su ser, su corazón, para recalcar que todo está terriblemente mal. Además, el ‘corazón’ es la fuente de la conciencia moral. En consecuencia, si uno engaña su corazón el resultado será una doble moral.
Por eso, el que se cree religioso no sirve a nadie. No importa cuánto se esfuerce en aparentar, toda su religión es vana, está vacía. Y eso, se ve en el servicio a los demás, puede que aparente pero la falta de obras demuestra lo contrario. Es como aquellos que se jactan de sus puestos o de sus títulos, y les gusta que les digan “diacono”, “pastor”, o el que está más elevado, “apóstol”, o como a los que les gusta discutir en Facebook diciendo: “no se trata de religión sino de relación”, pero no hacen nada por los necesitados, ni por sus hermanos en la iglesia, ni por su familia. Estos son aquellos que describía Bonhoeffer: flores de invernadero, lucen bien pero no sirven para nada. Si no estás sirviendo a los demás tu religión es inútil, de nada sirve la apariencia que des.
Santiago nos exhorta tan reiteradamente a obrar demostrando nuestra fe. El religioso genuino es misericordioso sirviendo a todos, es el fruto (1:27). La religión pura y sin mancha delante de Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación, y guardarse moralmente puro del mundo. Así es, la Biblia sí nos habla de religión. El cristianismo sí es una religión y dicha religión es pura e incorruptible delante de Dios.
La palabra ‘pura’ siempre se utilizaba en torno a la religión. En el A.T. estaba relacionada al culto. Había muchas maneras de contaminarse y por las cuales uno debía purificarse: por el contacto con el nacimiento o con la muerte, por medio de cualquier cosa relacionada con un culto extranjero, por el contacto con un enfermo como un leproso, o con una mujer en su período de menstruación, o por estar en ciertos lugares como en la misma casa que un cadáver; incluso las sectas más estrictas consideraban a otro grupos como deficientes: judíos corrientes, semijudíos, samaritanos y gentiles. Por esto mismo, la persona debía purificarse continuamente principalmente por medio de agua: lavamiento, aspersión o baño. A veces debía presentarse una ofrenda que también debía ser pura; todo esto se realizaba considerando que Dios es santo. Algunos profetas ya hablaban en contra de aquellos que solo manifestaban una pureza externa (Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich. Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío, 2003; pp. 377-378). Ahora, puedes verlo como algo muy ajeno pero la verdad es que no estamos tan lejos de aquellos tiempos en lo que ha conceptos se refiere: Hoy, algunos evangélicos buscando ser “puros” no se juntan con no creyentes porque “son del mundo” y los “contaminan”. O los domingos, hay quien se baña y se perfuma y se presenta reluciente porque va a la iglesia, el templo, el lugar donde Dios se encuentra... pero sólo aparenta.
El mismo Señor Jesús habla duramente contra los fariseos por su falsedad (Mt. 23). Por esto, también Santiago habiendo explicado antes las características del que se cree religioso, ahora nos enseña que existe una religión que es pura. En este sentido es una pureza completa, interna, moral, a diferencia del religioso que se auto-engaña. Hay una religión pura.
Y esta religión es también sin mancha. Santiago usa la palabra amíantos cuya raíz es miaíno. Miaíno en forma neutral significa “pintar de color”. Con sentido de censura significa “manchar” (Ibid, 580-581). Con el privativo “a”, nos indica que hay una religión que es pura y sin mancha, sin contaminación, por lo tanto incontaminada o inmaculada.
La Palabra nos muestra que sólo está religión puede permanecer delante de Dios Padre. Vean esta panorámica: Dios es Santo, todo aquello que no alcanza esa medida no puede estar en su presencia. Pero Jesús terminó con los rituales de purificación, sólo Cristo Jesús nos purifica y nos hace aceptables ante Dios Padre. Por tanto, el cristiano genuino, cuya religión es pura y sin mancha, puede ser aceptado por Dios Padre y estar delante de él. Y el cristiano, el que practica la religión pura y sin mancha, muestra evidencias.
No es suficiente pretender ser religioso, es necesario dar fruto. Por esto mismo, es que el cristiano genuino es misericordioso. Santiago nos muestra aquí un ejemplo del cristiano genuino: “visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación”. Esta explicación es representativa. La Palabra hace eco de la enseñanza veterotestamentaria, mandatos reiterados una y otra vez que demuestran la acción propia de la proclama del Evangelio.
La palabra ‘visitar’ tiene un significado mucho más profundo. No significa ir a la casa de la señora viuda, esperar que te reciba y te invite a comer. Aclaro esto, porque hay muchos pastores o “diáconos de visitación” que dicen cumplir con este mandato. Salen bien arregladitos para la casa de la persona, pero calculan el tiempo, llegan exactamente a la comida. Platican un poco: “¿cómo ha estado?”, “bueno, estoy orando por usted”, y fue todo, se fueron y comieron gratis.
La palabra griega para ‘visitar’ es episképtesthai. En el griego secular indica “mirar sobre”, “considerar”, “reflexionar”, “examinar”, “investigar”, “cuidar”. Pero la LXX intensifica el significado de “cuidar” como en Génesis 50:24-25 (Ibid, 243). Jesús enseñó el deber de visitar al enfermo, no sólo dentro del pueblo judío, sino que ¡lo aplicó a todas las gentes! En este mismo sentido lo expresa Santiago. Esta tarea no es únicamente del pastor o del diácono o ministro, es de todos nosotros. Nos enseña que debemos de cuidar, de proteger, de velar por los más indefensos, representados con “los huérfanos y las viudas”. Si uno dice ser cristiano pero no obra misericordia, su proclama está tela de juicio.
Todo el tiempo tenemos una gama de oportunidades para expresar la misericordia a nuestros amigos, nuestra familia, pero también al desconocido. El religioso genuino es misericordioso. No es una flor que sólo se ve bonita, aislada en el invernadero. El religioso genuino es un fruto expuesto a la intemperie, al mundo, ahí debe de estar y ahí es donde sirve. Su misericordia expresada a las personas a su alrededor lo identifica como cristiano. 
También, el religioso genuino se guarda moralmente puro del mundo. Se guarda ‘sin mancha’ aunque está en el mundo: el fruto en la intemperie. El concepto “sin mancha” se utiliza para traducir la palabra áspilon, su sentido cultual es “sin defecto” como lo utiliza 1 Pedro 1:19. Pero este pasaje de Santiago 1:27 al concepto cultual le da un significado moral. Ya no es lo externo o la presentación sino lo más profundo del ser. El cristiano se guarda moralmente.
Los verbos que utiliza, en el texto griego, están en infinitivo presente, lo que nos enseña que la acción es constante, continua. La preposición griega que se usa en “del mundo” es señalamiento de disociación e implica la ruptura de una asociación previamente establecida. Por lo tanto, cuando nos dice la Escritura que el cristiano se guarda moralmente puro del mundo nos enseña que aunque estemos en el mundo ya no estamos ‘asociados’ a él. El guardarse moralmente puro nos ayuda a separarnos del mundo en el sentido que ya no pensamos y vivimos de acuerdo a él. Nuestra moral no es la del mundo, nuestra moral proviene de las enseñanzas de Jesucristo. Por eso el cristiano vive la religión pura y sin mancha delante de Dios.
Habiendo examinado este breve pasaje podemos responder la pregunta: ¿Soy un religioso autoengañado o un religioso genuino? ¿Flor o fruto? Si al examinarte te diste cuenta que te has creído religioso pero no controlas tu modo de hablar, y te has estado engañando a ti mismo, entonces no conoces cuál es la religión aceptable a Dios. No sigas fingiendo, has sido una flor. Abraza plenamente la religión cristiana. Sé un religioso genuino, un cristiano, muestra tu fe con tus acciones: la misericordia que Dios ha tenido de ti al enviar a su Hijo Jesucristo, muéstrala también a todas las personas a tu alrededor, sé un fruto limpio aun en la intemperie.