A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos… Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes.-Génesis 3:16a, 20.
El resultado de la desobediencia
de Adán y Eva fue desastroso tanto para el varón como para la mujer y toda la
creación. El juicio de Dios que recayó sobre Eva maximizó su dolor de parto. Es
un juicio que llega a lo profundo del ser-mujer.
Justo hoy, martes 23 de julio de
2013, Marlen, Mar, mi esposita maravillosa, ha sido ingresada en el Hospital
Materno Infantil “Dr. Nicolás M. Cedillo Soriano” de la Secretaría de Salud,
ubicado en la Delegación Azcapotzalco del Distrito Federal, para dar a luz a
nuestro amado y esperado primogénito. Cuando llegamos a las 8:20 de la mañana
ya había otras mujeres embarazadas, eran de diferentes edades, desde quince
años hasta cuarenta y algo; algunas, como Mar, estaban tranquilas, otras tenían
mucho dolor, una al punto del llanto. Después de todo el papeleo la ingresaron.
Tardaron más de una hora en
llamarme para recoger sus pertenencias pues sólo estaría con esa bata típica
que usan los pacientes. Entré. Allí la vi, acostadita y con suero, pero como
siempre con su gran sonrisa, tranquila pero, como se diría en la imaginería
profética, ya con el “principio de dolores” reflejado en sus ojos cafés.
Puedo imaginarme a Eva,
experimentando ese dolor de parto al mismo tiempo que el juicio de Dios
resonaba en su corazón: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus
preñeces; con dolor darás a luz los hijos”. Esa palabra de Dios sigue haciendo
eco en cada nacimiento.
¡Qué impacto debió ser para Adán
ver a su Evita por primera vez gritando, llorando, sufriendo al dar a luz! Así
cada mujer que entra en labor de parto conoce algo del sufrimiento que conlleva
el pecado. No porque la relación sexual en el matrimonio o el dar a luz sea
malo o pecaminoso, sino porque evidencia el juicio de Dios sobre la
desobediencia. Franz Julius Delitzsch comenta: “Que la mujer debía dar a luz
hijos fue la voluntad original de Dios;
pero fue un castigo el que de ahí en adelante tuviera que hacerlo con dolores,
dolores que amenazaran su vida del mismo modo que la del hijo” (Keil y
Delitzsch, Comentario al texto hebreo del
Antiguo Testamento. Pentateuco e históricos Trad. Ivo Tamm. Barcelona:
Editorial Clie, 2008; p. 60).
Hoy, con tristeza, reconozco mi
pecado y sus consecuencias en el dolor de Mar. Y cada varón que participa en la
concepción debería atisbar en el dolor de la mujer su propio pecado. Qué feo
que la mayoría de las embarazadas que están en el hospital estén sin sus
esposos. Algunas madres perjuraban a quienes embarazaron a sus hijas. Cuántos,
en todo el mundo, abandonan a su compañera después de haber obtenido
gratificación sexual dejándola sola, sufriendo por la llegada de un bebé que no
tendrá padre. A Adán se le podrá culpar de nuestra miseria resultado de su
pecado (el pecado original), pero debemos reconocer su hombría: siguió a su
esposa hasta el pecado y recibió con resignación la consecuencia. Y en el
nacimiento de su hijo se acordó de su desobediencia a Dios.
Pero Adán contempló algo después
de escuchar el veredicto divino. Sabía que el mandato de Dios era no comer del
fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal so pena de muerte (Gn. 2:17),
pero él y su esposa habían comido desobedeciendo, y no habían muerto del todo.
Si bien, la muerte fue la alienación del ser: alienación de Dios, de sí mismo y
de todo lo creado; su corazón aún latía y el corazón de su esposa también aún
latía. Entonces no todo estaba perdido. Adán lo intuye y ve, a pesar del juicio
de Dios, esperanza. Si Dios, como juicio, establecía la multiplicación de los
dolores de la preñez entonces implicaba con ello también su misericordia: nueva
vida.
La vida triunfa sobre la muerte. El
juicio de Dios es también misericordia. Por ello, Adán, haciendo un juego de
palabras, Ḥavah - ḥayyah (Eva – seres vivos), le da a su
esposa el nombre de “Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes”. Gerhard
von Rad (El libro del Génesis 4ta
edición. Trad. Sergio Romero. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2008; 112-113) explica:
En esta nominación de la mujer por parte del hombre debemos ver un acto de fe, no desde luego de una fe en las promesas implícitas en el veredicto punitivo, sino un aferrarse a la vida que sigue siendo un gran milagro y un gran misterio de la maternidad, milagro y misterio que se mantienen por encima de las fatigas y de la muerte… ¡Quién podrá expresar lo que estas palabras encierran de dolor, y de amor, y de empeño!
Algunos usan el término “aliviarse”
como eufemismo de la labor de parto. Suena bastante apropiado en este contexto,
¿no lo creen? La mujer se alivia del dolor, del sufrimiento, e incluso de la
consecuencia del pecado. Y luego vino la maravillosa bendición que Adán y Eva
recibieron al poder sostener en sus brazos a su hijito. Hoy puedo comprenderlo
plenamente. Puedo remontarme a ese momento junto con ellos: Allí, afuera del paraíso, en un mundo ya hostil, levantan a su bebé en alto, como señal de la misericordia de Dios a pesar de su
pecado.
De modo que cada nacimiento no es
tan sólo un recordatorio de nuestro pecado juzgado por Dios, sino que también nos
recuerda la misericordia de Dios. La vida es la última palabra de Dios y no la
muerte. Cada bebé trae consigo gozo y esperanza, no importan las circunstancias
en las que haya sido concebido, pues esa esperanza y gozo no se fundamentan en lo que
el ser humano haga o deje de hacer, sino en la misericordia que Dios ofrece: la
vida…
Hoy ya es miércoles 24, por fin
pude pasar a ver a mi esposita: Mar está cansada pero gozosa y con buena salud,
le pude decir “te amo” y darle un beso prolongado... Mi hijito estaba a su lado
en una cunita, una etiqueta registraba su información: Hora de nacimiento, 00:10;
sexo, masculino; talla, 54 cm, peso, 3.640 Kg, APGAR 9.9. Lo pude cargar,
levantar por sobre mi cabeza y decirle con lágrimas en mis ojos: “Hijo, hijito, soy tu papi y tú eres Ian:
Dios es misericordioso.”
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