jueves, 18 de julio de 2013

Dios y "la ley del hielo"


Guido Gómez de Silva, editor del Diccionario breve de mexicanismos (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica y Academia Mexicana, 2008; p. 90), en cuanto a la palabra ‘Hielo’ anota:

Aplicarle a alguien el hielo. loc. Ningunearlo, no tomarlo en consideración. Aplicar a alguien la ley del hielo. loc. No dirigirle la palabra.

La acción de no dirigirle la palabra a una persona tiene implicaciones serias, muy profundas y lamentables. Y es que tiene que ver con el mismo lenguaje y por ende, el mismo ser. Veamos porqué.

Heidegger señaló que “el lenguaje es la casa del ser”. El hablar diferencia de modo particular al ser humano de las plantas y animales. El lenguaje requiere raciocinio. Implica la comprensión de lo que sucede tanto en el exterior como en lo interior. El lenguaje es algo de lo que constituye al ser humano y por ende es una necesidad. El hecho de nombrar algo se debe a la capacidad de la conceptualización, de generar la idea, así como la habilidad de comunicarla. De modo que el lenguaje tiene que ver, no sólo con el ‘yo’, sino con el ‘otro’. Le permite a la persona exteriorizar la experiencia o la idea. Le permite relacionarse, vivir en comunidad, en armonía.

Como cristianos podemos señalar que el habla es evidencia de ser creados a imagen de Dios. Génesis, capítulo uno, repite insistentemente que la creación parte del hablar de Dios: “dijo Dios”, seguido por la frase, a modo de corroboración: “y fue así”. Luego, el ser humano es creado a imagen de Dios (Gn. 1:27). Dios le habla al hombre estableciendo un mandato (Gn. 2:16-17). Después, Adán le da nombre a los animales como parte de una de las primeras tareas encomendadas por Dios (Gn. 2:19-20), señalando ello su raciocinio y capacidad de conceptualización otorgado al ser imagen de Dios. Y no sólo le da nombre a los animales, también entona un poema a Eva (Gn. 2:23-24). E inmediatamente después de que ambos, Adán y Eva, pecan, Dios les habla buscando que ellos respondan responsablemente (Gn. 3:9-13), y les habla emitiendo su veredicto (Gn. 3:14-24). A lo largo de todo el Antiguo Testamento Dios habla al ser humano y éste responde.

El Evangelio según San Juan presenta al Logos de Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Jn. 1:1-2). El Logos, que se puede traducir como Verbo o Palabra, es Dios mismo, y por tanto Creador: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:3). El Logos “fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). El Logos es el Hijo unigénito de Dios, y el Logos es Jesús (Jn 1:29-34). Siendo entonces Jesús, la Palabra de Dios al ser humano. De ahí que la Epístola a los Hebreos señale: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (He. 1:1-2). Por tanto, la Palabra de Dios da vida a nuestro ser. Por eso 1 Juan 1:1 se refiere a Jesucristo como el “Verbo de vida”. De manera que el habla es símbolo de vida.

En contraste, la ausencia de ella es muerte. Si Dios no habla, no hay nada, no hay vida, no hay ser. Respecto al ser humano, veamos algunos ejemplos del Antiguo Testamento: En el libro del Éxodo, Dios llama a Moisés para que hable a Faraón y saque al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto (3:1-10), pero Moisés se excusa: “…soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre?, ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” (4:10-11); Dios hace al mudo de nacimiento. En Salmos 31:17 se hace un contraste entre el justo que invoca al Señor y el impío, el clamor del que invoca al Señor es: “No sea yo avergonzado, oh Jehová, ya que te he invocado. Sean avergonzados los impíos, estén mudos en el Seol”; este paralelismo entre mutismo y Seol, indica la muerte. En Salmos 38:13 tenemos la oración de un pecador que ruega a Dios por salvación, en su angustia se presenta: “…soy como mudo que no abre la boca”; el pecado produce muerte, y en estos dos pasajes vemos la muerte representada como mutismo. En Proverbios 31:8-9 se impele al rey a gobernar con justicia y una muestra de ello es el hablar por los sin-voz, los afligidos: “Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso.” Como parte de la salvación de parte de Dios, en Isaías 35:5-6 se profetiza: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo…”

Luego en el Nuevo Testamento, particularmente en los evangelios, se registran varios exorcismos realizados por el Señor Jesucristo: “Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echando fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” (Mt. 9:32-33). “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba” (Mt. 12:22). “Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos,  mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel” (Mt. 15:30-31). En estos pasajes el mutismo es o enfermedad (tal vez, condición de nacimiento) u obra de los demonios; sea lo uno o lo otro aflige a la persona, y es Jesús quien libera de esa aflicción y da vida plena. Por ello Jesús, cuando Juan el bautista envía a sus discípulos para preguntar si él era el Mesías, responde citando el texto de Isaías 35: “Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio…” (Mt. 11:5; cf. Lc. 7:22). El que Jesús cite fracción de Isaías 35 incluye su totalidad, indicando el inicio de su reinado.

Después de hacer este recorrido panorámico, podemos decir que si el habla es símbolo de vida, el mutismo aunque puede ser una condición de nacimiento o enfermedad, sin ninguna connotación ética o moral, también puede ser provocado por fuerzas demoníacas, en otros casos es consecuencia del pecado; en general, representa a los que sufren injusticia, los pobres, a aquellos que son oprimidos. En conclusión, el mutismo es símbolo de muerte.

Se ha entendido que la persona a quien se le aplica “la ley del hielo” es como si estuviera muerta puesto que se le ignora. Pero en realidad, quien aplica “la ley del hielo” se presenta a sí mismo como carente de vida, un muerto, y al muerto no le importa qué haga o diga el que está vivo, el muerto ya no emite sonido. Por eso, modificando un poco la definición dada arriba: él mismo se ningunea, se auto-invalida. Quien aplica la “ley del hielo” opta por la indiferencia, según él, pero en realidad es porque no desea sentir, no desea experimentar ninguna emoción o sentimiento causada por el otro, está oprimido a tal grado de no hablar; en cierto sentido, no desea vivir, se muere para el otro. ¡Qué triste es el que aplica tal “ley”!


Si te han aplicado la “ley del hielo” recuerda que Dios te habla y su Palabra, Jesucristo, te da vida plena y abundante. Y si tú la has aplicado, no desprecies la vida que el Señor te ha dado comportándote como un muerto al no hablar. Ve y habla a tu prójimo.

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