Sí algún pastor, maestro, apóstol o profeta te dijo que "los cristianos no se deprimen", te mintió vilmente. Algunos creen que ser cristiano es andar todo el día con una sonrisa como si tuvieran una especie de parálisis facial o riéndose como si estuvieran locos o felices alienados de la realidad viviendo una fantasía, un éxtasis espiritual. Pero no, las cosas no son así. En la Biblia pueden encontrarse a varios personajes que manteniendo una relación con Dios tuvieron depresión, como Job, Elías, David, Jeremías, Esdras o Pedro. Además, como estos mismos casos registrados en la Escritura lo demuestran, la depresión no es ni pecado ni siempre es consecuencia del pecado. El conocer al Señor no implica ser inmune a la depresión. Todo creyente puede llegar a tener depresión. Yo tuve depresión.
La Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) indica:
La depresión se produce cuando sentimientos de profunda tristeza o desesperación duran como mínimo dos semanas o más y cuando interfieren con las actividades de la vida cotidiana como trabajar o incluso comer y dormir. Las personas deprimidas tienden a sentirse indefensas y sin esperanzas y a culparse por tener estos sentimientos. Algunas pueden tener pensamientos de muerte o suicidio. Las personas con depresión pueden sentirse abrumadas y agotadas y dejar de participar en ciertas actividades cotidianas, retrayéndose de familiares y amigos.[1]
Así estaba yo. Me habían expulsado del seminario a causa de mi fugaz primer noviazgo y ya estaba de vuelta en mi casa en México con mi familia. Extrañaba a Celeste y cuando ella rompió conmigo todo por lo que había pasado no tenía sentido. De pronto, mi vida no tenía sentido.
Incluso recordar aquellos tiempos me causa malestar, no por los eventos en sí sino por esa sensación de tristeza profunda. Anteriormente ya había tenido depresión, fue cuando estaba en segundo de secundaria, casi no paso ese año. Pero no se compara con la depresión que tuve tras la expulsión del seminario y la ruptura.
Yo defino depresión como un hoyo oscuro, frío, donde te encuentras aislado de todos. Así me sentía. Estaba con mi familia que me amaba y me cuidaba, pero a pesar de ello me sentía en ese hoyo. Mi cuarto era ese hoyo donde las tinieblas me cubrían, me absorbían. Lo que resulta irónico es que no quería salir de allí, quería permanecer allí. No quería saber nada, no quería pensar, quería olvidarme de todo, incluso de Dios. ¿Y no es el olvido de Dios la muerte? "Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?" (Salmo 6:5). Estaba cansado todo el día, no quería comer y la comida me parecía insípida; no quería jugar futbol ni ver los partidos; no quería salir con mi familia ni amigos; no quería ir a la iglesia, no quería orar, no quería leer mi Biblia. Todo lo que me gustaba había perdido su significado. Sólo quería estar en mi cuarto y dormir. Por las noches me dormía con lágrimas corriendo por mis mejillas. Me despertaba, veía la luz del sol, sentía algún alivio pero inmediatamente regresaba esa tristeza asfixiante y esperaba que llegara de nuevo la noche, que me cubriera. Dormir y no despertar.
Mi familia oraba por mí, mis papás, mi hermano, mis tíos. Mi tío Art me decía que fuera a hablar con su hijo, mi primo Israel, que es psicólogo. Quería ir pero no lo hice, sinceramente no sé por qué. Seis largos meses pasaron. Llegué a un punto, después de tanto pensarlo, en que lo expresé, les dije a mis papás: "Ya no quiero vivir". Obviamente mis papás reaccionaron como todo padre y madre lo harían: "¡Quítate esa idea de la cabeza!", me dijeron. Oraron conmigo aquella noche. Se fueron a su cuarto y yo permanecí en el mío, en ese hoyo, solo en las tinieblas. Orando, luchaba conmigo mismo: "Soy un tonto. ¡¿Cómo pude echar a perder todo?! ¿Qué voy a hacer?". Clamaba: "¡Dios ayúdame! ¡Ya no quiero seguir sintiéndome así! Quiero dormir ya, estoy cansado de todo, cansado de estar triste, cansado de llorar. Quiero descansar bien, despertar y ser feliz…" Me quedé dormido, ya sin lágrimas que llorar, mientras que las palabras de mi oración se acallaban y se perdían en la noche.
Al día siguiente desperté, la luz entraba por la ventana. "¿A caso se ha ido mi dolor?", eso esperaba. Pero no, seguía esa carga, esa pesadez en mi pecho. Sin embargo, ahora tenía lucidez en mi mente. Pensé: "Ya lo decidí, hoy no me voy a sentir triste." Salí de ese cuarto y decidí cambiar. Cada día fue una lucha constante, pero esa lucha me hacía sentir bien. Mis papás oraban conmigo diariamente y sé que oraban por mí en privado también, al igual que mi hermanito. Gradualmente pude superar esa depresión. Pasó un mes y ya estaba mucho mejor. A los dos meses ya estaba bien y empacando mis maletas de nuevo para viajar e irme a otro seminario.
Tener depresión es horrible. Nunca que me he vuelto a sentir como en aquellos días, ¡gracias a Dios! Sin embargo, si me he sentido mal, triste, y me he sentido deprimido aunque no a tal grado. En la licenciatura de Psicología que actualmente estoy cursando, por casualidad leí en un artículo académico que es común que quien ha tenido depresión pueda volverla a padecer en algún punto de su vida.[2] Pero no me preocupa, ahora sé lo que debo hacer, sé que mi familia ora por mí, y también sé que el mismo Dios que estuvo con Job, Elías, David, Jeremías, Esdras y Pedro, fue quien estuvo conmigo en ese cuarto, en ese hoyo, en medio de esas tinieblas, y sé que está conmigo y seguirá conmigo en todo momento.
Lamentablemente, también he tenido amigos que han tenido depresión, algunos por varios años. La depresión en uno de ellos fue tan profunda que decidió suicidarse... ¡Ivan, cuánto lo siento! Como expresó mi maestro McKernon en una plática que teníamos sobre el tema, respecto a otro joven cristiano que también se suicidó: "Sus tinieblas fueron más reales que la luz." No obstante, ahora, ellos gozan de plena paz y gozo en la luz del Señor.
Pero si tú justo ahora te encuentras deprimido, quiero decirte que si las tinieblas son reales, también lo es la luz de Cristo. No desesperes, lo siguiente podría evitar que tomes una decisión apresurada:
- Establece una rutina: levántate temprano, haz ejercicio, come bien tres veces al día, duerme temprano.
- Cuida tu imagen personal: báñate diario, arréglate bien como tú te sientas a gusto.
- Platícalo con alguien a quien le tengas confianza: tus padres, amigos, o pastor.
- Sal con tus amistades y trata de divertirte.
- Por el momento evita estar en soledad; o si llegas a estarlo, aprovecha la oportunidad para clamar a Dios, exprésale cómo te sientes y pídele ayuda. Él te escucha y responde.
- Busca ayuda profesional. Quizás si yo hubiera seguido el consejo de mi tío Art de hablar con mi primo psicólogo, hubiera salido más rápido de aquella depresión. Si gustas puedes escribirme y te paso el contacto de varios psicólogos cristianos que podrán ofrecerte sus servicios.
- Recuerda que si crees que Jesucristo es el Señor, tanto él como Dios Padre y el Espíritu Santo habitan en ti (Juan 14:17, 20, 23).
- http://www.apa.org/centrodeapoyo/depresion.aspx
- "Además de su alta prevalencia presenta unas cifras de recaída muy elevadas; en su conjunto, el 75% de los pacientes tendrá al menos un segundo episodio en el curso de sus vidas (Kessler et al., 1997)." Vázquez, C., Hervás, G., Hernangómez, L., & Romero N. (2010). Modelos cognitivos de la depresión: Una síntesis y nueva propuesta basada en 30 años de investigación. Behavioral Psychology / Psicología conductual, 18 (1), 139-165.
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