La esperanza de la libertad se incrementa
con el pasar de los años y con el avance de la injusticia que oprime. La figura
del Mesías toma relevancia pues se espera su salvación. Surgen algunos partidos
que desean liberación, entre estos encontramos a los zelotes revolucionarios, o
a los llamados “hijos de la luz”, los esenios, que se preparaban para una
batalla cósmica siguiendo al Mesías.
Se encuentra el término zelotas en Josefo. El término:
…designa de esta manera a los que
luchaban en la resistencia contra las fuerzas romanas de ocupación. Seguramente
se llamaron de esta manera inspirándose en los ejemplos de Finees (Nm. 25) y de
Elías (1 R. 19:9s)... La idea principal de este movimiento era observar
rigurosamente y sin compromisos el primer mandamiento del Decálogo: a nadie
fuera de Yahvé, habría que venerar como "rey" y "señor", y
por tanto ningún extraño podría ejercer su dominio sobre Israel. Pagar tributos
al emperador romano era reconocer el dominio extranjero y significaría, por
tanto, una apostasía de Yahvé. [1]
Ante esto, Jesús enseñó a los fariseos
celosos: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mr.
12:17). “Además, los zelotas se señalaban por su estricta observancia del
sábado, por el cumplimiento riguroso de los preceptos de la pureza ritual...” [2]
Por su parte Jesús les indicó acerca de él mismo: “El Hijo del Hombre es Señor
aun del día de reposo” (ver Lc. 6:1-11). Sobre la pureza externa que tanto
buscaban los llama hipócritas y les refutaba diciendo “que lo
que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque
de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las
avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia,
la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y
contaminan al hombre” (ver Mr. 7:1-23).
Para los zelotas: “El hombre tenía que
cooperar con Dios para la liberación de Israel: había que proceder con
violencia no sólo contra los violadores paganos de la ley, sino también contra
los violadores judíos.” [3] Por su parte, cuando Jesús fue arrestado, se
registra que uno de sus discípulos “extendiendo la mano, sacó
su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja.”
A lo que Jesús exclamó: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que
tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas
que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones
de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es
necesario que así se haga?” (Mt. 26:51-54). Aunque la posibilidad de
guerrear está en el derecho de Jesús como Hijo de Dios, rechaza hacer uso de
tal violencia en ese momento pues esta de cara a la obra salvífica.
Finalmente, de lo zelotas se sabe que: “Con
la conquista de Jerusalén en el año 70 d.C. y con la autoinmolación de los
defensores de la fortaleza de Masada en el año 73 d.C., terminó el movimiento.”
[4] Por otro lado, los esenios: “A diferencia de los fariseos, eran sensibles
al cariz apocalíptico de la revelación, incorporando también a ella elementos
que provenían del dualismo iraní (bien/mal).” [5] De allí que también esperaran
la llegada violenta del Rey de justicia, el triunfo de los hijos de la luz.
“Pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer
y nacido bajo la ley” (Ga. 4:4). Jesús, el Hijo de Dios, traería la libertad.
Sin embargo, no cumplía con el perfil del libertador que se tenía. Su libertad
era mucho más de lo que jamás se pudiera esperar.[11] La libertad no la tomó
derramando la sangre de otro, sino la suya propia.
Jesús había expresado su oposición a
tomar las armas, sea cual fuera el caso, incluso en su traición y captura:
“Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada
perecerán” (Mt. 26:52). Y antes también había confirmado la validez de los diez
mandamientos ampliándolos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera
que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21s).
Jesucristo sufrió la opresión de todo el
sistema infernal, desde su nacimiento con los intentos de homicidio de parte de
Herodes en la que muchos bebés murieron, hasta el momento en que Satanás
manipulaba a su detractor (Jn. 13:27), cuando la gente gritaba diabólicamente:
“¡Crucifícale!” (Mr. 15:13), y cuando los verdugos martillaron los clavos
crucificándolo (Lc. 23:33). No obstante, caeríamos en un grave error al pensar
que Jesús el Cristo es tan sólo una víctima impotente. Jesús tiene el control
absoluto de la situación: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida,
para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo.
Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento
recibí de mi Padre” (Jn. 10:17s).
Y como él mismo lo había dicho, resucitó
al tercer día. Ésta es la demostración absoluta de su total soberanía y
gobierno sobre toda esfera celeste y terrena: “despojando a los principados y a
las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”
(Col. 2:15). Dios Padre y Espíritu Santo obran en la resurrección de Jesucristo
(cf. Hch. 2:24; 10:40; 13:30; Ro. 8:11) y también en la nuestra (1 Co. 6:14;
Col. 2:12; Ro. 8:11). La Trinidad actuando en la salvación-liberación del ser
humano. La Comunidad perfecta triunfa sobre todo el sistema que oprime y aliena
al ser humano.
A partir de entonces, todo intento de
liberación debe ser evaluado desde la cruz. El sacrificio y victoria de Cristo
es a favor de la libertad del ser humano. Es la respuesta al clamor de los que
sufren. Él dio el ejemplo más grande de amor al prójimo: dio su vida por sus
amigos.
Además de los Evangelios, los demás
libros del Nuevo Testamento van desarrollando una teología de cómo los
cristianos deben abordar asuntos políticos. “Todos deben someterse a las
autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que
las que existen fueron establecidas por él” (Romanos 13:1ss). Sin embargo,
conforme pasaron los años e iniciaron las persecuciones, la perspectiva fue
cambiando. Así encontramos las críticas directas al gobierno imperial romano en
el Apocalipsis de Juan, escrito durante el reinado de Domiciano quien desató
una persecución contra los cristianos (81-96 d.C.).
El evangelicalismo ha tendido a
espiritualizar el Apocalipsis o a darle un sentido exclusivamente escatológico-futurista,
olvidando por completo su contexto socio-político. Por ejemplo: “En la
ideología oficial, Dea Roma era una virgen pura sobre un caballo
blanco; en Apocalipsis 17 aparece como realmente es: una prostituta sobre una
grotesca bestia escarlata.”[12] A Roma se le equipara con Babilonia por ser
entonces la superpotencia imperialista opresora. Por eso mismo en el capítulo
18 Juan escribe una “canción de protesta”[13]. Y mientras que se decía: “Cesar
es Señor”, Juan declara que Cristo Jesús es “Rey de reyes y Señor de Señores”
en total oposición al Imperio.
El Apocalipsis es una sátira contra Roma
y una denuncia de su política e injusticia contra los cristianos, los pobres y
los oprimidos. Por lo tanto, la lectura del Apocalipsis nos da una muestra de
la resistencia cristiana ante el gobierno imperialista, pero no por ello
podemos tomarlo como una prescripción. Vemos aquí cómo se desarrolla la ética
cristiana con fundamento teológico según el momento en el cual se vive o se
muere, sin convertirse en una mera ética situacional.
En la próxima entrada del ‘blog’ daremos
un vistazo a algunos casos de cristianos en tiempos de guerra posteriores a lo
registrado en el Nuevo Testamento.
1. “Zelotas”,
H. Merkel, Diccionario exegético del
Nuevo Testamento Tomo I, Horst Balz y Gerhard Schneider Eds. 3ª Edición (Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2005), 1733.
2.
Ibíd.
3.
Ibíd.
4.
Ibíd.
5.
Xavier Léon-Dufour, Diccionario del Nuevo
Testamento (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2002), 80.
6.
Juan Stam, Apocalipsis y Profecia. Las señales de los
tiempos y el tercer milenio (Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2004), 92.
7. Ibíd.,
96-97. El autor explica: Su modelo es una forma de la literatura hebrea de
fuerte protesta conocida como “endecha burlesca” (QîNâH; cf.
especialmente Is 13.19-22; Jr. 9.17-22; Ez 19; Ez 26-28; Am 5:16; Miq 2.4ss).
La idea es imitar la lamentación por la supuesta muerte del enemigo, aunque
éste en realidad goce de muy buena salud. Cuando consideramos que, en efecto,
Roma estaba en su pleno poderío y gloria, reconocemos el atrevimiento que
implicaba burlarse del Imperio y celebrar de esta forma su aparentemente tan
improbable pero en realidad tan segura ruina. En aquella situación histórica,
esta manera de mofarse del opresor constituía en realidad una especie de
“canción de protesta”.
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