La
participación de los cristianos en la guerra es uno de los temas más difíciles
de abordar. Presentaremos una panorámica de la
temática. En esta primera publicación veremos algunas características de la guerra y seguiremos con un esbozo partiendo del Antiguo Testamento.
Muchos pueblos han peleado guerras desde tiempos inmemoriales. En
el pensamiento griego notamos diferentes puntos de vista: Homero relaciona la
guerra al gobierno de los dioses, y Hesíodo indica que en las guerras humanas
hay planes divinos, pero no son ordenadas por los dioses.[1] Comúnmente la
guerra se debe al egoísmo del pueblo o nación que busca adquirir mayor poder o
territorio.[2] Este egoísmo que impulsa la guerra desemboca inevitablemente en
la opresión del pueblo vencido.
De
modo que la guerra siempre conlleva actos de violencia e injusticia. La
violencia es física y psicológica. La injusticia se manifiesta claramente: las
ciudades son destruidas, mujeres violadas, niños asesinados, se elimina la
cultura. En respuesta el pueblo oprimido reacciona con la furia acumulada a lo
largo de todo el mecanismo de opresión en una forma sumamente violenta para
conseguir así su liberación. La liberación es parcial, y no es sinónimo de
libertad. No mientras seamos humanos, pues la propia naturaleza egoísta del ser
humano tiende a repetir el ciclo.
En la Escritura leemos relatos de
guerras. El Antiguo Testamento (AT) no censura los sufrimientos ocasionados por
la guerra, ni siquiera edita aquellas guerras sediciosas entre el pueblo judío
(Jue. 19-21). Se ven imágenes grotescas como la de Aod que, con gran ingenio, asesina
al rey Eglón de Moab clavándole una daga en el estómago que le provoca la salida
de sus excrementos (Jue. 2:12ss). El Éxodo, la salida del pueblo judío de
Egipto, es interpretado por el autor bíblico como la acción guerrera de Yahweh (Ex. 15:1-18; Dt. 1:30). Las
guerras son de Yahweh (Nm. 21:14).[3] Pero Yahweh no
siempre lucha contra los adversarios de Israel sino también contra su pueblo
(Lm. 2:4). De hecho, aunque Lamentaciones describe que el sufrimiento del
pueblo judío es por el pecado de la nación y por la opresión de las otras
naciones, “habla más de Dios como el que afligió a Jerusalén (1:12-15; 2:1-8,
17, 20-22; 3:1-18; 43-45; 4:11; 5:22).”[4]
El AT nos hace
ver que Dios es soberano y controla la historia. Dios es Dios de la
historia y en la historia, así “cuando Yahvé hace desaparecer del mundo
la guerra y el material bélico, lo hace mediante la guerra (Is. 9:3s.; Sal 46:10;
76:4 et al.), y las naciones enemigas se verán aniquiladas por Él.”[5] A propósito, a
Yahweh se le llama sebaot doscientas sesenta y siete veces en el AT. “Su
étimo sb’, como verbo y como sustantivo, tiene significados que se
relacionan con ‘guerrear’ y ‘ejército’…Los LXX, por su parte tradujeron la
mayoría de las veces yhwh seba´ot por kúrios pantocrátor.”[6] Indicando así la potencia guerrera de Dios.
Sin embargo, no
podemos deducir que en toda guerra únicamente Dios sea quien actúa haciendo a
un lado al ser humano. Aunque la liberación se le atribuye a Yahweh, el pueblo
lucha:
En la Biblia el sujeto histórico que libera es Yahvé por medio del oprimido y es a la vez el oprimido que decide no ser más víctima del opresor, y que tiene la convicción plena de que su Dios, Yahvé, le da el poder suficiente para alcanzar la victoria. Sabe que sin éste Dios la batalla está perdida. Todos los elementos ocurridos a favor de la liberación son experimentados por el oprimido como signos de la presencia de Yahvé.[7]
El pueblo interactúa
con Dios en su liberación. En Jueces 6-8 podemos observar este aspecto de
manera evidente en el relato de Gedeón. Tras una opresión de siete años bajo
Madián, Israel se libera y con ésta victoria goza de cuarenta años de paz.[8] Es la fe en
Dios como liberador la que:
1) Alienta al pueblo a prepararse para la batalla. El pueblo es oprimido por los madianitas, el ángel del Señor se le apareció a Gedeón: “Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?... Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos…” (Jue. 6:14, 7:15b, cursivas mías).[9]
2) Esta sinergía se manifiesta durante la guerra. Después de la solicitud de confirmación, Gedeón le dijo al pueblo: “Yo tocaré la trompeta, y todos los que estarán conmigo; y vosotros tocaréis entonces las trompetas alrededor de todo el campamento, y diréis: ¡Por Jehová y por Gedeón!” (Jue. 7:18).
3) Al final de la batalla se alaba al Señor considerando la libertad como victoria suya.
1) Alienta al pueblo a prepararse para la batalla. El pueblo es oprimido por los madianitas, el ángel del Señor se le apareció a Gedeón: “Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?... Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos…” (Jue. 6:14, 7:15b, cursivas mías).[9]
2) Esta sinergía se manifiesta durante la guerra. Después de la solicitud de confirmación, Gedeón le dijo al pueblo: “Yo tocaré la trompeta, y todos los que estarán conmigo; y vosotros tocaréis entonces las trompetas alrededor de todo el campamento, y diréis: ¡Por Jehová y por Gedeón!” (Jue. 7:18).
3) Al final de la batalla se alaba al Señor considerando la libertad como victoria suya.
En
fin, en el AT todo acto de liberación del Señor, es un acto de justicia a favor
de los oprimidos. La liberación se convierte de este modo en sinónimo de
salvación. Y por ello también puede llamársele Dios justo: “Justo es Jehová en
todos sus caminos, Y misericordioso en todas sus obras” (Sal. 145:17). De modo
que las acciones guerreras del Señor en la liberación son la evidencia de su
justicia salvífica:
Posteriormente, en siguientes entradas del 'blog' examinaremos un panorama del tema en el Nuevo Testamento. Y finalmente, se expondrán casos suscitados de cristianos en tiempos de guerra. Entonces concluiremos con algunas reflexiones.No se trata de una justicia que condene y aplaste, sino de una justicia que levanta y hace vivir; no de una justicia que se teme, sino de una justicia que se espera. El dilema de “justicia o misericordia” no se plantea en el nivel de la Biblia y de los Salmos; la justicia de Dios se conjuga con su misericordia: “Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra” (Salmo 33:5).[10]
1. O.
Bauernfeind, “polemos”, Compendio
del diccionario teológico del Nuevo Testamento ed. Gerhard Kittell y Gerhard Friedrich, trad. Geoffrey W. Bromely (Grand
Rapids, Michigan: Libros Desafío, 2003), 882.
2. El ejemplo más
conocido es la llamada Pax romana. Consistía en conquistar y someter a
las naciones bajo el gobierno del Imperio. La paz romana comenzó con Octavio (a
quien le dieron el título de Augusto), en el 31 a.C., a través de ella unificó
Roma, y duró hasta el 180 d.C. aproximadamente. Aunque permitía que los pueblos
vencidos tuvieran su propio gobierno cualquier sublevación se castigaba de
manera cruenta con la finalidad de poner ejemplo y causar terror en aquellos
que quisieran intentarlo.
3. Pero la idea de una divinidad guerrera se ve también en
otras culturas: el dios Asur, o “la diosa Istar en Babilonia, que, aparte de
diosa del amor, se considera “señora de la batalla y la guerra”, o de
Anat en Ugarit.” Horst Dietrich Preuss, Teología del Antiguo Testamento.
Yahvé elige y obliga Tomo 1 (Bilbao: Editorial Desclée De Brouwer, 1999), 224. O
por dar un ejemplo más cercano, en México se adoraba a Huitzilopochtli, el dios
de la guerra.
4. Gary Williams,
“Introducción a Lamentaciones” (apuntes de Antiguo Testamento V, Seminario
Teológico Centroamericano, 2010), 2.
5. Preuss, Teología
del Antiguo Testamento, 238.
6. Ibíd., 254.
7. Elsa Tamez, La
Biblia de los oprimidos, 112-113.
8. Paul N.
Benware, Panorama del Antiguo Testamento (Grand Rapids, Michigan:
Editorial Portavoz, 1994), 88.
9. “'Con esta tu
fuerza', i.e. la fuerza que tienes ahora, desde que Yahvé está contigo,
Yahvé, quien todavía puede realizar milagros como en los días de los padres. La
partícula demostrativa [esta] apunta a la fuerza que le había sido dada
recientemente por medio de la promesa de Dios.” Carl Friedrich Keil y Franz
Delitzsch, Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento. Pentateuco e
Históricos (Barcelona, España: Editorial Clie, 2008), 709.
10. Jean-Pierre Prévost, Diccionario
de los salmos. CB71 (Estella, España: Verbo Divino, 1991), 31.
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