miércoles, 15 de octubre de 2014

El seminario no es un paraíso


Debí suponerlo cuando mi tía Moni, que había estudiado en el seminario, me dijo que escribiera mi nombre en las etiquetas de todas mis corbatas y camisas; pero por la emoción, no le presté mayor atención.

Me fui al seminario esperando poner mi mirada “en las cosas de arriba”, de centrarme en lo espiritual y dejar atrás lo mundanal, lo terrenal. Sí, era muy evangélico por aquellos años. Pensaba en el seminario como un lugar idílico. Creía que el seminario sería un paraíso –claro que no el paraíso del Génesis, pero sí una especie de lugar donde todos los que iban y estaban allí eran hombres y mujeres excepcionales, sin ningún tipo de falla, donde todas las personas serían cordiales, amigables, honestas y buena onda… 

Pero estaba equivocado. A lo largo de los años en el seminario me di cuenta de muchas cosas tremendas, cosas que "ni aun se nombran" entre los incrédulos, problemas que muchos piadosos evangélicos prefieren guardar en secreto para no manchar la imagen de tal o cual institución o denominación ante propios y extraños.

De entre muchos casos: Un seminarista estafó a la iglesia a la que "servía" yéndose con el dinero de la construcción y dejando en obra negra la parte del templo que los hermanos deseaban edificar; sin duda siguió aquél refrán evangélico donde se dice que el pastor "va a trasquilar a las ovejas". Un administrativo buscaba que el seminario fuera lucrativo: exprimiendo a los estudiantes aumentando costos; impartiendo la materia de 'Administración' en la que enseñaba "gestión de recursos", tratando de introducir en la mente de los estudiantes aspectos gerenciales para que los aplicaran en la Iglesia, como si esta fuera un negocio; ideando, junto con otros académicos, materias casi como la de Fotografía en las misiones, cursos populistas aunque sin contenido bíblico-teológico; o haciendo cambios estructurales en el seminario de modo que se convirtiera en una universidad rentable.

Varios estudiantes copiaban en sus clases de griego: en vez de hacer sus traducciones ellos mismos, simplemente transcribían o parafraseaban el texto del Interlineal de Lacueva. Otros tantos plagiaban los trabajos con el clásico copy-paste. Y muchos otros copiaban en sus exámenes. Realmente pocos fueron disciplinados por ello. 

Un amigo que hacia limpieza por su beca de trabajo, encontró tirado y escondido un cd de pornografía; "Mejor que lo haya encontrado tirado, significa que quien lo tenía se arrepintió", comentó puntualmente alguien. Un consejero del internado de varones, que se molestaba porque yo ponía alto el volumen de mi música, fue despedido por adulterio, igual que otros profesores. Otros maestros, por diferentes motivos, se divorciaron. Una chica ya no regresó al seminario después de vacaciones porque estaba embarazada. Un joven luchaba con la homosexualidad, al igual que un profesor. Uno de los estudiantes casados quiso abusar sexualmente de un soltero. Una chica soltera coqueteaba con los casados. Y una pareja de novios se fue a un hotel. 

Un estudiante airado con otro, gruñía en el internado: "¡Gringo, bajá, que te voy a romper la cara!". Pastores daban patadas y codazos en los torneos de futbol del seminario peor que jugadores llaneros. El esposo de una profesora, ahora Doctora en teología y administrativa del seminario, queriendo provocarme cuando mi equipo de futbol iba ganando, me gritó: "¡Te crees mucho por ser mexicano!" y me escupió. 

Durante el período intersemestral, quienes se quedaban en los dormitorios saqueaban las cosas de quienes sí se iban de vacaciones; así me robaron a mí. A varios les robaron sus cosas, libros, chamarras, celulares o laptops, en la Biblioteca. A algunos los desvalijaron irrumpiendo en sus cuartos del dormitorio mientras ellos no estaban.

Muchos se saltaban el tiempo de Capilla, un momento de oración, alabanza y predicación, para dormir o hacer la tarea que no habían hecho o para "ligar". Otros transformaban la hora de Capilla en un show de conciertos musicales sin sentido. Algunos predicadores invitados enseñaban herejías o dictaban temas chafísimos. Alguno predicó el mismo tema en dos ocasiones mostrando que no se preparaba.

Había pésimos profesores cuyas clases no cumplían con el nivel académico prometido en el pensum. Un profesor que enseñaba la materia de 'Libros Poéticos' lo hacía con lujuria cuando llegaba al libro de Cantares. De un excelente profesor, ciertos alumnos se quejaban porque era estricto y no como los demás que los dejaban pasar sin mayor esfuerzo. Y el eslogan que los estudiantes recitaban acerca de un seminario era "…donde no se aprende pero se goza".

Y si al leer esto te preguntas: "¿Cómo es que ese tipo de personas está allí?" La respuesta es la misma por la cual tú conoces al Señor: Por pura gracia. Quienes hemos ido al seminario sabemos mejor que nadie que es precisamente allí donde se revela claramente la gracia de Dios. Sí, hay pecado en el seminario, pero donde "abundó el pecado sobreabundó la gracia."

Parafraseando la Vida en comunidad de Bonhoeffer, esto nos lleva a autocomprendernos a la luz de la gracia divina, pues esa gracia que me fue dada a mí también fue dada a mi hermano y es así como vivimos, por su gracia. Pero no pienses que la gracia implica solapar el pecado. Al contrario, la gracia, a veces puede requerir la ruptura, el adiós a mi hermano o hermana que persiste en su pecado por el bien del cuerpo de Cristo, que ciertamente incluye a cada uno del seminario. El pecado –como todos los enlistados aquí por ejemplo, pero también otros no mencionados, como el orgullo, la envidia, la glotonería, el chisme, el egoísmo, etc.- es la oportunidad que Dios nos da de reconocer su gracia ofrecida a todos nosotros y el llamado a vivir bajo ella diariamente. Dios juzga capaces a todos los que conforman el seminario, docentes, administrativos y alumnos, de soportar las graves faltas de los hermanos y da la oportunidad, que es a la vez una prueba, de poder ofrecer su gracia a todos. Esto es para el seminarista preparación para lo que viene en su servicio a la Iglesia. Así fue para mí, para muchos antes que yo y para muchos otros que irán.

El seminario no es un paraíso pero sí un lugar donde la gracia de Dios se manifiesta evidentemente. Una corbata que me quedó de aquellos años me lo recuerda cada vez que me la pongo… todavía tiene mi nombre escrito en la etiqueta.


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