domingo, 26 de octubre de 2014

Seminarista expulsado o mi fugaz primer noviazgo (parte 2)

Celeste.


Tres meses atrás. Febrero. 

Otro error garrafal fue el que cometí en la cena de San Valentín. Como parte de la celebración había números especiales de drama, poesía, sketch y canto, y yo participé ahí, en medio de todo el alumnado y los docentes. Estaba harto de tanta presión, de tantos prejuicios, de tanta estrechez y restricciones. Mi canción fue un reto a la autoridad, empezando desde la introducción cuando dije: "Compuse esta canción para mi novia Celeste", aun cuando nos habían prohibido tener un noviazgo. ¡Zácatelas! Esto provocó el malestar en los profesores y administrativos más evangélicos y conservadores –de esos para quienes ser buen cristiano es usar saco y corbata, con la Biblia bajo el brazo, y el cabello peinado de ladito-. Mis amigos me contaron que abajo del escenario las cosas estaban que ardían, directivos mirándose unos a otros como diciendo: "¿qué vamos a hacer con él?" o "Hay que ponerle alto". Podía imaginármelos crujiendo los dientes. Pero no hubo respuesta inmediata, nos habíamos salvado por el momento. Sin embargo, ya nuestros días en el seminario estaban contados.

Un mes atrás. Abril. 

Eran las vacaciones de Semana Santa así que Celeste me invitó a pasar aquellas vacaciones con sus tíos. Me fui con ella a Houston, creo que en esta ocasión sí pedimos permiso y, sorpresivamente, sí lo obtuvimos. Fue un viaje genial y tuvimos unas muy buenas vacaciones. 

La expulsión.

El problema vino unas semanas después de regresar a clases: Nos citaron de manera individual y nos dijeron llanamente que estábamos expulsados. 

Así llegamos a ese punto crucial de mi vida. Faltaban tres semanas para que terminara el semestre. Les pedí que nos dieran la oportunidad de terminarlo. Les rogué que al menos a ella la dejaran terminar para que se graduara del programa de idioma. Pero no, estaban decididos a sacarnos inmediatamente de su seminario. Nuestros amigos y amigas nos apoyaban, pues lo veían como algo injusto igual que nosotros. Sabía que yo había fallado al no seguir sus reglas, tenían el derecho de responder de esa manera aun cuando estuvieran equivocados; reglas son reglas, ¿no? A veces digo sarcásticamente que falté al onceavo mandamiento: "No te dejarás atrapar." Bueno, pues me atraparon y no hubo cómo escaparme de esta.

Me sentía abrumado, mal, pésimo. Lo que más me importaba era mi noviazgo con Celeste, lo demás era secundario. Ella a pesar de todo, permanecía siendo mi novia. Pero yo tendría que lidiar con la notificación a Migración, ya que al momento de ser expulsado mi visa de estudiante quedaba cancelada por lo que ahora era un ilegal, además tenía que responder a la Iglesia que me apoyaba económicamente en aquellos años, y todavía tratar el asunto con sus padres. Mi familia siempre me apoyó a pesar del daño que les causé, mi mamá me escribió por el chat de Facebook la semana pasada comentando la publicación anterior:
Cuando me avisaste lo que había pasado, y que me llamaste al celular, yo andaba de compras en Gigante, ahora Soriana, y no lo podía creer. Me sentí aturdida e iba chocando con el carrito de las compras. Me sentía tan impotente e indignada. Cómo se atrevieron a tratarte como un criminal y yo sin poder hacer nada. Que injusticia e indignación.
Tanto mi mami como mi papi y mi hermano, se dolieron junto conmigo. Gracias por amarme.

El papá de Celeste llegó al segundo o tercer día de haber sido expulsados. Cuando llegó, fui a hablar con él tratando de solucionar algo. No resultó nada bien. Estacionó su motocicleta, se bajó, caminó hacia mí de manera amenazante y lo primero que me dijo fue: "I wish I could kick your ass…" Se detuvo. En eso salió Celeste del dormitorio de chicas a recibirlo. Él la abrazó y me advirtió: "I don’t want to see you near her, go away." Y eso fue todo. No lo culpo. Encontraron otra escuela de idioma donde ella pudiera terminar sus estudios y ahí la admitieron inmediatamente sin ningún problema. A la siguiente semana ella ya estaba tomando clases.

En la Iglesia en México, lo que querían saber era porqué razón había sido expulsado, pues siempre se piensa lo peor. Algún sector de la Iglesia creía y ya difundía el chisme de que yo había fornicado. No sucedió tal cosa. El pastor Delfino, quien ahora ya está en la presencia del Señor, habló directamente con el seminario y este aclaró que no había tal pecado, pero que había transgredido sus normas y ello ameritaba la expulsión. Por tanto, esto nada tuvo que ver con el problema del sustento económico al año siguiente. Pero el chismorreo sí afecto mi relación con varias personas y familias de la iglesia y generaría un ambiente horrendo para mí y mi familia. Toda falta tiene implicaciones no sólo personales, sino que afecta de un modo u otro a todos al rededor; si hubiera tenido en cuenta eso quizá hubiera sido más cuidadoso.

Mis papás inmediatamente comenzaron a buscar cómo apoyarme. Le contaron a mis tíos, Arturo y Martha, quienes habían estudiado allí y tenían muchos amigos allá; su hijo, mi primo Samo, contactó a Israel y Claudia Quezada. Ellos me ayudaron. Me recibieron en su casa ese fin de semana después de la expulsión. Sin conocerme abrieron su hogar a un seminarista expulsado y migrante ilegal. ¡Que Dios los bendiga grandemente por el cuidado que tuvieron de mí! Les estoy profundamente agradecido, me dieron techo y alimento, jamás me juzgaron y me dieron su cariño –posteriormente cuando nació su hijito lo nombraron Shealtiel-. Estuve con ellos cerca de un mes mientras encontraba qué hacer respecto a mis estudios. 

Viajé a San Antonio para ver si podía entrar a la Baptist University of the Américas (BUA), donde ya otros amigos y compañeros del seminario anterior habían ingresado tras haber sido expulsados o maltratados –de hecho, un refrán del seminario de donde fui expulsado reza: "…donde no se aprende pero se goza… y si te corren vete a San Antonio". En BUA me aceptaban sin ningún inconveniente pero los costos eran mucho más altos y no contaba con el dinero suficiente. Con una incertidumbre que jamás había experimentado, regresé con la familia Quezada. Asistí a la graduación de Celeste y la vi por última vez. Nos prometimos vernos un mes después en San Luis Potosí y cada quien regresó a su casa.

Durante un mes estuvimos platicando por Messenger. Cierto día Celeste me llamó por teléfono: Ella estaba llorando, yo no sabía qué rayos estaba pasando. Entre sollozos me dijo: "Shel, I can’t be your girlfriend anymore. I’m breaking up with you." Le pregunté si la estaban obligando a hacerlo, pensando en la aversión de su familia hacia mí. Me contestó que no, que era una decisión que ella estaba tomando. Me molesté; no, me enojé; no, ¡me enfurecí! Todo lo que habíamos pasado, para nada. Le colgué. Sabía que yo estaba actuando mal pero no sabía de qué otra manera reaccionar. Como un mes después me volvió a llamar, esta vez para pedirme sus cosas que yo tenía y para avisarme que me había mandado por paquetería mis pertenencias… Yo no le mandé nada. Me quedé con sus cosas, ahora eran botín de guerra. ¿Inmaduro yo? Ciertamente. 

De aquella generación fui el primero de varios estudiantes en ser expulsado, no veríamos jamás un certificado de tal institución. Así también fue como terminó mi fugaz primer noviazgo. Años más tarde cuando ya existía Facebook encontré a Celeste ahí, pues tenemos varios amigos en común, pero no fui capaz de escribirle. Lo último que supe es que se casó, creo que con un mexicano, tiene un hijo y es feliz. Hubo veces que me dieron ganas de escribirle y pedirle perdón, pero después de tantos años que pasaron no creí que tuviera sentido… Al fin, las cosas salieron bien para ambos después de todo.

Lecciones.

Obtuve varias lecciones de ese tiempo: "Lo bailado, nadie me lo quita"… No, no es cierto. Bueno, sí es cierto pero esa no es la lección. Lo primero que debo decir es que en mí se cumplió lo dicho por mi profesor McKernon: "Es joven, es estúpido." Yo era joven, era estúpido. No es justificación sino explicación. Esta situación me enseñó lo siguiente:
  1. Cuidar mejor mis relaciones de pareja.
  2. A la larga también mejoró mi autoestima: saber que sí podía conquistar a una chica.
  3. Me hizo darme cuenta de que toda falla mía, o pecado, afecta a quienes me rodean.
  4. Me instó a desear ser sabio: tanta tensión, presión, ansiedad, frustración, dolor, me lo pude haber evitado buscando al Señor y dependiendo de su Espíritu.
  5. Esta experiencia me quitó a trancazos gran parte de mi evangelicalismo, ese que proclama un providencialismo en el que Dios ordena cada día toda eventualidad, casi asemejando, o más bien identificando a Dios como el 'destino' de la tragedia griega.
  6. Me hizo darme cuenta de que yo soy el único responsable de mis actos delante de Dios y delante de todos.
  7. También me hizo saber lo que es ser migrante ilegal, conocer algo de las aflicciones que pasan y sentir empatía por ellos.
  8. Aprendí que hay hermanos en la fe que protegen, defienden, animan, cuidan y consuelan, así como también hay quienes atacan, ofenden, juzgan y murmuran; así es en los seminarios y así es en las Iglesias –y así es entre mis lectores- pero todos vivimos bajo la misma gracia de Dios.
  9. Experimenté también la misericordia de Dios en su guía y dirección a pesar de mis fallas, y
  10. Comprendí que mi familia amorosa siempre estaría para apoyarme. 
Espero que algo aprendas de esto. Aunque lo cierto es que tendrás que encontrar tu propio camino en medio de la complejidad de las relaciones de pareja y batallar aún más con ello si te metes a un seminario.

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