jueves, 31 de octubre de 2013

Aberraciones evangélicas


Este 2 de noviembre, tenemos nuestra III reunión de Aberraciones evangélicas. Al escuchar esto, muchos evangélicos, naturalmente, quedan consternados. Para explicar el porqué de la reunión necesitamos definir los términos primero:
El Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición, en la entrada de la palabra aberración indica: "(Del lat. cient. aberratio, -onis). 1. F. Grave error del entendimiento. 2. F. Acto o conducta depravados, perversos, o que se apartan de lo aceptado como lícito.” [1]
El evangelicalismo, es de acuerdo a Justo L. González:
Término de origen norteamericano que se refiere a un movimiento no claramente definido que aparece en todas las denominaciones protestantes, subrayando la autoridad de las Escrituras, una experiencia personal de regeneración o segundo nacimiento, la obra de Cristo como expiación en la cruz por los pecados de la humanidad, la necesidad de predicarles el Evangelio a los no creyentes, particularmente en misiones internacionales, y valores morales tradicionales, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad. [2]
En Latinoamérica agradecemos a nuestros hermanos norteamericanos por sus esfuerzos, durante el siglo XIX y principios del XX, al compartirnos el Evangelio.  Es una deuda gozosa la que tenemos hacia ellos y que no puede ser ignorada, ni mucho menos, desvalorada. No obstante, han de admitir nuestros hermanos del norte que también, junto con el Evangelio, nos enseñaron otras ideas no tan bíblicas que se propagaron extensamente dando origen a un evangelicalismo que no es netamente cristiano. La culpa recae también en nosotros por no analizar y evaluar esas enseñanzas, por pensar: "así nos la enseñaron, así debe ser", y que "la teología no sirve porque todo está en la Biblia", etc. En fin, tales enseñanzas profundamente enquistadas entre los evangélicos son las que se deben extirpar.

Por lo tanto, como definición de ‘aberraciones evangélicas’ podría decir que:

Se trata de un grave error del entendimiento en cuanto a la enseñanza de la Escritura, es decir, teologías distorsionadas que las iglesias evangélicas reproducen y se muestran concretamente en actos o acciones realizados individualmente y colectivamente, independientemente de la denominación a la que se pertenezca.

Es por ello que he introducido una cuña entre el ser-cristiano y el ser-evangélico, entre el cristianismo y el evangelicalismo. Un evangélico es cristiano ciertamente, pero no todo cristiano es evangélico. La reunión de ‘Aberraciones evangélicas’ la realizamos precisamente en estas fechas, cuando se celebran Halloween y Día de muertos, aprovechando la connotación común de lo tenebroso, lo oculto, lo maligno, que debe ser expuesto, haciendo evidente la incoherencia e inadmisibilidad bíblica y teológica de tales aberraciones. La finalidad es una sola: corregir la teología del evangélico para que se encamine a una vida más cristiana.

1. “Aberración”, Diccionario de la lengua española 22ª edición. Real Academia Española. Recopilado en:  http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?LEMA=aberraci%C3%B3n, consultado el 22 de octubre de 2011.


2. “Evangelicalismo”, Justo L. González, Diccionario manual teológico (Barcelona: Editorial Clie, 2010), 118.

martes, 29 de octubre de 2013

La guerra y los cristianos



Después de haber visto un panorama acerca de la guerra en el AT y en el NT, ahora veamos algunos ejemplos de cristianos en tiempos de guerra. Se ha observado bien que en el NT "a los cristianos no se les dice que sirvan como soldados, ni a los soldados que se hacen cristianos se les dice que abandonen el servicio."[1] Esto a partir del mandato de Pablo de que el creyente debe quedarse en la condición en la que fue llamado (1 Corintios 7:20, 24). Por lo que se mantiene entonces una tensión entre el ser cristiano y el servicio prestado en la milicia. Por otro lado, el cristiano que no está directamente involucrado en la milicia ha tenido que evaluar las situaciones en las que de pronto se ha visto inmerso y obrar congruentemente a su fe. A continuación veremos algunos ejemplos.

Con el Edicto de Milán (313 d.C.) Constantino otorgó a los cristianos la libertad de reunirse y practicar su religión. La razón fue su conversión, que como cuenta la historia cambió no sólo el rumbo de una batalla sino de todo el Imperio Romano. Constantino vio en el cielo una señal, la cruz, y la voz celeste: "En este signo vencerás". Ésta fue la primera vez que Cristo fue presentado como estandarte de batalla pues se hizo gravar el monograma de Cristo en las armaduras de los soldados. Lo que sabemos al respecto es que muchos cristianos pensaron que Constantino "fue el único, entre todos los que tuvieron en su mano el poder romano, que era amigo de Dios y soberano del universo." [2]

Pero otros cristianos no veían con buenos ojos esa nueva relación del Imperio con la iglesia de Cristo y reaccionaron con una severa crítica al Imperio. Así ha quedado atestiguado: 
Ahora debemos luchar contra el anti-Cristo… Éste no nos apuñala por las espaldas, sino que nos acaricia el vientre… No confisca nuestros bienes, sino que nos enriquece para la muerte… No azota nuestras espaldas, sino que debilita nuestra alma con su oro… Construye iglesias para demoler la fe… Tú distribuyes entre tus adictos sillas episcopales, reemplazando los buenos por los malvados… Tú logras ser perseguidor sin hacer mártires. [3]
Esa actitud imperialista también la tuvieron los colonizadores españoles, con el objetivo claro de evangelizar-conquistar bajo "la cruz y la espada". Los pueblos de Latinoamérica sufrieron gravemente, a más de quinientos años todavía quedan las heridas que buscan cicatrizar. Pero aún dentro del mismo clero hubo quienes optaron por otra manera. Tal es el caso de san Francisco de Asís quien veía dos modos de evangelizar:
…en primer lugar, viviendo la fraternidad en medio de paganos, sirviéndolos y confesándose como cristianos; y en segundo lugar, y "cuando juzgaren que es grato al Señor", anunciando directamente el evangelio. Se renuncia, pues, a toda voluntad de dominación y expansión del sistema de la fe por cualquier forma de violencia, ni siquiera simbólica. [4]
El Evangelio no se impone de manera violenta. Pero podemos apreciar que cada gobierno tenía sus propias motivaciones enfermas de poder. En muchos de nuestros países latinoamericanos hemos observado gobiernos que, sin la necesidad de usar la religión, han oprimido al pueblo causándole la muerte. ¿Qué hace el cristiano entonces? Santo Tomás de Aquino da una premisa importante:
El gobierno tiránico no es justo, por no estar ordenado al bien del pueblo sino al bien particular del gobernante. Igualmente, el derrocamiento de este régimen no tiene carácter de sedición, fuera del caso que se hiciera con tanto desorden que entrañara para el pueblo más daños que la misma tiranía. En efecto, es más cierto que el tirano es el sedicioso, fomentando discordias y turbaciones en el pueblo que le está sometido, a fin de poderlo dominar con mayor seguridad. [5]
Esta cita de Tomás de Aquino nos da luz ante el problema. La búsqueda de la libertad deseada no pude ser catalogada como sediciosa pues la finalidad es el bienestar del pueblo. Cada acto que sea realizado a favor de la libertad deberá tomar en cuenta, y evaluar continuamente: 1) su objetivo de bien común, y 2) que en el proceso no haya mayor sufrimiento al que ya se tiene.

En México se tiene la figura del cura Miguel Hidalgo quien participó activamente en la lucha de Independencia. Algunos estudiosos indican que esta historia es un mito, sin embargo representa un tipo de libertador con convicciones religiosas fuertemente arraigadas. Se le estima porque se ve en él la otra cara de la Iglesia, una que ve por el pueblo.

Recordemos que aunque es cierto que Cristo Jesús no insta revoluciones, sí llama a seguirlo, a vivir bajo la ética de su Reino, y esta vida provoca el desprecio de las estructuras malignas y perversas que oprimen al ser humano. Así fue como Dietrich Bonhoeffer y muchos cristianos alemanes siguieron el ejemplo de Jesucristo, se manifestaron como la Iglesia confesante en contra del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. En su pequeño libro Vida en comunidad aclara:
Contrariamente a lo que podría parecer a primera vista, no se deduce que el cristiano tenga que vivir necesariamente entre otros cristianos. El mismo Jesucristo vivió en medio de sus enemigos y, al final, fue abandonado por todos sus discípulos. Se encontró en la cruz sólo, rodeado de malhechores y blasfemos. Por esta razón, el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. [6]
Y así, él siguió a Jesucristo, entregó la vida defendiendo al pueblo judío y la fe cristiana. Fue apresado y recluido en un campo de concentración nazi. Bonhoeffer fue sentenciado a la horca bajo la orden de Hitler, y ejecutado en 1945 a la edad de 39 años. De su lucha tanto social como pastoral queda constancia en su teología:
Si un loco en la Kurfürstendamm lanza su automovil sobre los transeúntes, yo no puedo como pastor contentarme con enterrar a los muertos y consolar a las familias. Debo, si me encuentro allí, saltar y arrancar del volante al conductor. [7]
Entonces, comprendemos que los actos revolucionarios en búsqueda de paz y libertad no son violentos. Pues la violencia no la realiza en primera instancia el que anhela la libertad. La violencia es la respuesta de un gobierno que no desea ceder su poder opresor, al contrario, tratará de expandirlo. Al respecto también escribió Ignacio Ellacuría:
No es que la violencia sea siempre y en todos los casos rechazable para un cristiano, pero el cristiano en cuanto a tal no da ordinariamente su testimonio específico a través de la violencia. No es tampoco que se quiera dejar el trabajo "sucio" para otros, mientras que el cristiano se queda entre los "puros" que no se ensucian las manos. Se trata más bien de dar de la manera más cabal y plena testimonio de que la vida está sobre la muerte, de que el amor esta sobre el odio. Tal actitud sería aceptable y eficaz si es que ese mismo cristiano se atreviera hasta el martirio en la defensa de los más pobres y en el combate contra los opresores con el testimonio de su palabra y de su vida. [8] 
Notable fue su obra en El Salvador, pues también se encontró con las balas de metralla del gobierno. Fue asesinado el 16 de noviembre de 1989. Y es que cuando los cristianos observan la violencia, la injusticia, se ven impelidos a obrar, a hacer algo.

¿Cristianos al grito de guerra? La ética del cristiano no permite la violencia, ni la injusticia, ni la opresión. El cristianismo busca la reivindicación del ser humano como imagen de Dios. El cristiano no busca el enfrentamiento bélico, pero sí enfrenta todo lo que se levante en contra de Cristo y de su obra salvadora-liberadora. Se atreve a levantar la voz de manera profética denunciando el pecado de la injusticia y anunciando la verdad de la justicia. Considera la obra de la Trinidad a favor de la libertad de la comunidad. Por ello debemos cuidarnos de juzgar a aquellos hermanos que han dado su vida por la libertad cristiana de todo el pueblo sea este creyente o no: 
Poner en duda la honradez de estos hombres, unos y otros, es algo a lo que no tenemos derecho quienes aún conservamos nuestra vida y nuestra tranquilidad, tal vez por nuestro silencio cómplice ante el dolor del pueblo y por nuestra cobardía (¡teológicamente justificada!) para defenderlo. [9] 
Si el cristiano al leer los artículos de periódicos o escuchar los noticieros que nos muestran las injusticias políticas, económicas, o sociales, no responde conmocionado, sino que lo observa como algo natural, está desensibilizado. Y aún peor, cuando ve los improperios de su pueblo por parte de las instituciones gubernamentales y no hace nada, participa de aquél pecado social estructural.

Y ¡qué difícil es tener un corazón sensible al pueblo sufriente! Espero que no hayamos cerrado los ojos tanto tiempo que ya no podamos abrirlos ahora y ver los padecimientos de nuestro pueblo mexicano y de nuestros hermanos cristianos por la injusticia. Que el Señor nos ayude a perseguir y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para manifestar la justicia a un pueblo que tanto la necesita.




  1. Bauernfeind, O. “πόλεμος”. (2003). Compendio del Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío. P. 884. 
  2. Según Eusebio de Cesarea (263-339). En Richard, P. (2010). Memoria del movimiento histórico de Jesús. Desde sus orígenes (años 30) hasta la crisis del Sacro Imperio Romano Cristiano (siglos IV y V).México, D.F.: Ediciones Dabar. P. 340.
  3. Según Hilario de Poitiers (315-368 d.C.). Ibíd., pp. 340-341.
  4. Boff, L. (1992). Quinientos años de evangelización. De la conquista espiritual a la liberación integral. Santander, España: Editorial Sal Terrae. P. 71.
  5. Citado en Olmedo, L. (1981).  Fe cristiana y violencia revolucionaria. ¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos en América Latina? México, D.F.: CUPSA. Pp. 62-63.
  6. Bonhoeffer, D. (2003). Vida en comunidad. 9ª edición Salamanca, España: Sígueme. P. 9.
  7. Citado en Bonhoeffer, D. (1968). Ética. Barcelona: Editorial Estela, p. XVII.
  8. Citado por Sobrino, J. (1997). Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. 3ª edición. Madrid, España: Editorial Trotta. P. 280.
  9. Olmedo. (1981). Fe cristiana y violencia revolucionaria.

lunes, 28 de octubre de 2013

Acerca de la guerra en el NT


La esperanza de la libertad se incrementa con el pasar de los años y con el avance de la injusticia que oprime. La figura del Mesías toma relevancia pues se espera su salvación. Surgen algunos partidos que desean liberación, entre estos encontramos a los zelotes revolucionarios, o a los llamados “hijos de la luz”, los esenios, que se preparaban para una batalla cósmica siguiendo al Mesías.

Se encuentra el término zelotas en Josefo. El término: 

…designa de esta manera a los que luchaban en la resistencia contra las fuerzas romanas de ocupación. Seguramente se llamaron de esta manera inspirándose en los ejemplos de Finees (Nm. 25) y de Elías (1 R. 19:9s)... La idea principal de este movimiento era observar rigurosamente y sin compromisos el primer mandamiento del Decálogo: a nadie fuera de Yahvé, habría que venerar como "rey" y "señor", y por tanto ningún extraño podría ejercer su dominio sobre Israel. Pagar tributos al emperador romano era reconocer el dominio extranjero y significaría, por tanto, una apostasía de Yahvé. [1]

Ante esto, Jesús enseñó a los fariseos celosos: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mr. 12:17). “Además, los zelotas se señalaban por su estricta observancia del sábado, por el cumplimiento riguroso de los preceptos de la pureza ritual...” [2] Por su parte Jesús les indicó acerca de él mismo: “El Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (ver Lc. 6:1-11). Sobre la pureza externa que tanto buscaban los llama hipócritas y les refutaba diciendo “que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre.  Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (ver Mr. 7:1-23).

Para los zelotas: “El hombre tenía que cooperar con Dios para la liberación de Israel: había que proceder con violencia no sólo contra los violadores paganos de la ley, sino también contra los violadores judíos.” [3] Por su parte, cuando Jesús fue arrestado, se registra que uno de sus discípulos “extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja.” A lo que Jesús exclamó: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.  ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mt. 26:51-54). Aunque la posibilidad de guerrear está en el derecho de Jesús como Hijo de Dios, rechaza hacer uso de tal violencia en ese momento pues esta de cara a la obra salvífica.

Finalmente, de lo zelotas se sabe que: “Con la conquista de Jerusalén en el año 70 d.C. y con la autoinmolación de los defensores de la fortaleza de Masada en el año 73 d.C., terminó el movimiento.” [4] Por otro lado, los esenios: “A diferencia de los fariseos, eran sensibles al cariz apocalíptico de la revelación, incorporando también a ella elementos que provenían del dualismo iraní (bien/mal).” [5] De allí que también esperaran la llegada violenta del Rey de justicia, el triunfo de los hijos de la luz.

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Ga. 4:4). Jesús, el Hijo de Dios, traería la libertad. Sin embargo, no cumplía con el perfil del libertador que se tenía. Su libertad era mucho más de lo que jamás se pudiera esperar.[11] La libertad no la tomó derramando la sangre de otro, sino la suya propia.

Jesús había expresado su oposición a tomar las armas, sea cual fuera el caso, incluso en su traición y captura: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt. 26:52). Y antes también había confirmado la validez de los diez mandamientos ampliándolos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21s).

Jesucristo sufrió la opresión de todo el sistema infernal, desde su nacimiento con los intentos de homicidio de parte de Herodes en la que muchos bebés murieron, hasta el momento en que Satanás manipulaba a su detractor (Jn. 13:27), cuando la gente gritaba diabólicamente: “¡Crucifícale!” (Mr. 15:13), y cuando los verdugos martillaron los clavos crucificándolo (Lc. 23:33). No obstante, caeríamos en un grave error al pensar que Jesús el Cristo es tan sólo una víctima impotente. Jesús tiene el control absoluto de la situación: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17s).

Y como él mismo lo había dicho, resucitó al tercer día. Ésta es la demostración absoluta de su total soberanía y gobierno sobre toda esfera celeste y terrena: “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15). Dios Padre y Espíritu Santo obran en la resurrección de Jesucristo (cf. Hch. 2:24; 10:40; 13:30; Ro. 8:11) y también en la nuestra (1 Co. 6:14; Col. 2:12; Ro. 8:11). La Trinidad actuando en la salvación-liberación del ser humano. La Comunidad perfecta triunfa sobre todo el sistema que oprime y aliena al ser humano.

A partir de entonces, todo intento de liberación debe ser evaluado desde la cruz. El sacrificio y victoria de Cristo es a favor de la libertad del ser humano. Es la respuesta al clamor de los que sufren. Él dio el ejemplo más grande de amor al prójimo: dio su vida por sus amigos.

Además de los Evangelios, los demás libros del Nuevo Testamento van desarrollando una teología de cómo los cristianos deben abordar asuntos políticos. “Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él” (Romanos 13:1ss). Sin embargo, conforme pasaron los años e iniciaron las persecuciones, la perspectiva fue cambiando. Así encontramos las críticas directas al gobierno imperial romano en el Apocalipsis de Juan, escrito durante el reinado de Domiciano quien desató una persecución contra los cristianos (81-96 d.C.).

El evangelicalismo ha tendido a espiritualizar el Apocalipsis o a darle un sentido exclusivamente escatológico-futurista, olvidando por completo su contexto socio-político. Por ejemplo: “En la ideología oficial, Dea Roma era una virgen pura sobre un caballo blanco; en Apocalipsis 17 aparece como realmente es: una prostituta sobre una grotesca bestia escarlata.”[12] A Roma se le equipara con Babilonia por ser entonces la superpotencia imperialista opresora. Por eso mismo en el capítulo 18 Juan escribe una “canción de protesta”[13]. Y mientras que se decía: “Cesar es Señor”, Juan declara que Cristo Jesús es “Rey de reyes y Señor de Señores” en total oposición al Imperio.

El Apocalipsis es una sátira contra Roma y una denuncia de su política e injusticia contra los cristianos, los pobres y los oprimidos. Por lo tanto, la lectura del Apocalipsis nos da una muestra de la resistencia cristiana ante el gobierno imperialista, pero no por ello podemos tomarlo como una prescripción. Vemos aquí cómo se desarrolla la ética cristiana con fundamento teológico según el momento en el cual se vive o se muere, sin convertirse en una mera ética situacional.

En la próxima entrada del ‘blog’ daremos un vistazo a algunos casos de cristianos en tiempos de guerra posteriores a lo registrado en el Nuevo Testamento.

1. “Zelotas”, H. Merkel, Diccionario exegético del Nuevo Testamento Tomo I, Horst Balz y Gerhard Schneider Eds. 3ª Edición (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2005), 1733.
2. Ibíd.
3. Ibíd.
4. Ibíd.
5. Xavier Léon-Dufour, Diccionario del Nuevo Testamento (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2002), 80.
6. Juan Stam, Apocalipsis y Profecia. Las señales de los tiempos y el tercer milenio (Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2004), 92.
7. Ibíd., 96-97. El autor explica: Su modelo es una forma de la literatura hebrea de fuerte protesta conocida como “endecha burlesca” (QîNâH; cf. especialmente Is 13.19-22; Jr. 9.17-22; Ez 19; Ez 26-28; Am 5:16; Miq 2.4ss). La idea es imitar la lamentación por la supuesta muerte del enemigo, aunque éste en realidad goce de muy buena salud. Cuando consideramos que, en efecto, Roma estaba en su pleno poderío y gloria, reconocemos el atrevimiento que implicaba burlarse del Imperio y celebrar de esta forma su aparentemente tan improbable pero en realidad tan segura ruina. En aquella situación histórica, esta manera de mofarse del opresor constituía en realidad una especie de “canción de protesta”.


miércoles, 23 de octubre de 2013

La guerra en el AT


La participación de los cristianos en la guerra es uno de los temas más difíciles de abordar. Presentaremos una panorámica de la temática. En esta primera publicación veremos algunas características de la guerra y seguiremos con un esbozo partiendo del Antiguo Testamento. 

Muchos pueblos han peleado guerras desde tiempos inmemoriales. En el pensamiento griego notamos diferentes puntos de vista: Homero relaciona la guerra al gobierno de los dioses, y Hesíodo indica que en las guerras humanas hay planes divinos, pero no son ordenadas por los dioses.[1] Comúnmente la guerra se debe al egoísmo del pueblo o nación que busca adquirir mayor poder o territorio.[2] Este egoísmo que impulsa la guerra desemboca inevitablemente en la opresión del pueblo vencido.

De modo que la guerra siempre conlleva actos de violencia e injusticia. La violencia es física y psicológica. La injusticia se manifiesta claramente: las ciudades son destruidas, mujeres violadas, niños asesinados, se elimina la cultura. En respuesta el pueblo oprimido reacciona con la furia acumulada a lo largo de todo el mecanismo de opresión en una forma sumamente violenta para conseguir así su liberación. La liberación es parcial, y no es sinónimo de libertad. No mientras seamos humanos, pues la propia naturaleza egoísta del ser humano tiende a repetir el ciclo.

En la Escritura leemos relatos de guerras. El Antiguo Testamento (AT) no censura los sufrimientos ocasionados por la guerra, ni siquiera edita aquellas guerras sediciosas entre el pueblo judío (Jue. 19-21). Se ven imágenes grotescas como la de Aod que, con gran ingenio, asesina al rey Eglón de Moab clavándole una daga en el estómago que le provoca la salida de sus excrementos (Jue. 2:12ss). El Éxodo, la salida del pueblo judío de Egipto, es interpretado por el autor bíblico como la acción guerrera de Yahweh (Ex. 15:1-18; Dt. 1:30). Las guerras son de Yahweh (Nm. 21:14).[3] Pero Yahweh no siempre lucha contra los adversarios de Israel sino también contra su pueblo (Lm. 2:4). De hecho, aunque Lamentaciones describe que el sufrimiento del pueblo judío es por el pecado de la nación y por la opresión de las otras naciones, “habla más de Dios como el que afligió a Jerusalén (1:12-15; 2:1-8, 17, 20-22; 3:1-18; 43-45; 4:11; 5:22).”[4]

El AT nos hace ver que Dios es soberano y controla la historia. Dios es Dios de la historia y en la historia, así “cuando Yahvé hace desaparecer del mundo la guerra y el material bélico, lo hace mediante la guerra (Is. 9:3s.; Sal 46:10; 76:4 et al.), y las naciones enemigas se verán aniquiladas por Él.”[5] A propósito, a Yahweh se le llama sebaot doscientas sesenta y siete veces en el AT. “Su étimo sb’, como verbo y como sustantivo, tiene significados que se relacionan con ‘guerrear’ y ‘ejército’…Los LXX, por su parte tradujeron la mayoría de las veces yhwh seba´ot por kúrios pantocrátor.”[6] Indicando así la potencia guerrera de Dios.

Sin embargo, no podemos deducir que en toda guerra únicamente Dios sea quien actúa haciendo a un lado al ser humano. Aunque la liberación se le atribuye a Yahweh, el pueblo lucha:
En la Biblia el sujeto histórico que libera es Yahvé por medio del oprimido y es a la vez el oprimido que decide no ser más víctima del opresor, y que tiene la convicción plena de que su Dios, Yahvé, le da el poder suficiente para alcanzar la victoria. Sabe que sin éste Dios la batalla está perdida. Todos los elementos ocurridos a favor de la liberación son experimentados por el oprimido como signos de la presencia de Yahvé.[7]
El pueblo interactúa con Dios en su liberación. En Jueces 6-8 podemos observar este aspecto de manera evidente en el relato de Gedeón. Tras una opresión de siete años bajo Madián, Israel se libera y con ésta victoria goza de cuarenta años de paz.[8] Es la fe en Dios como liberador la que:

1) Alienta al pueblo a prepararse para la batalla. El pueblo es oprimido por los madianitas, el ángel del Señor se le apareció a Gedeón: “Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?... Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos…” (Jue. 6:14, 7:15b, cursivas mías).[9]

2) Esta sinergía se manifiesta durante la guerra. Después de la solicitud de confirmación, Gedeón le dijo al pueblo: “Yo tocaré la trompeta, y todos los que estarán conmigo; y vosotros tocaréis entonces las trompetas alrededor de todo el campamento, y diréis: ¡Por Jehová y por Gedeón!” (Jue. 7:18). 

3) Al final de la batalla se alaba al Señor considerando la libertad como victoria suya.

En fin, en el AT todo acto de liberación del Señor, es un acto de justicia a favor de los oprimidos. La liberación se convierte de este modo en sinónimo de salvación. Y por ello también puede llamársele Dios justo: “Justo es Jehová en todos sus caminos, Y misericordioso en todas sus obras” (Sal. 145:17). De modo que las acciones guerreras del Señor en la liberación son la evidencia de su justicia salvífica:
No se trata de una justicia que condene y aplaste, sino de una justicia que levanta y hace vivir; no de una justicia que se teme, sino de una justicia que se espera. El dilema de “justicia o misericordia” no se plantea en el nivel de la Biblia y de los Salmos; la justicia de Dios se conjuga con su misericordia: “Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra” (Salmo 33:5).[10]
Posteriormente, en siguientes entradas del 'blog' examinaremos un panorama del tema en el Nuevo Testamento. Y finalmente, se expondrán casos suscitados de cristianos en tiempos de guerra. Entonces concluiremos con algunas reflexiones.

1. O. Bauernfeind, “polemos”, Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento ed. Gerhard Kittell y Gerhard Friedrich, trad. Geoffrey W. Bromely (Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío, 2003), 882.
2. El ejemplo más conocido es la llamada Pax romana. Consistía en conquistar y someter a las naciones bajo el gobierno del Imperio. La paz romana comenzó con Octavio (a quien le dieron el título de Augusto), en el 31 a.C., a través de ella unificó Roma, y duró hasta el 180 d.C. aproximadamente. Aunque permitía que los pueblos vencidos tuvieran su propio gobierno cualquier sublevación se castigaba de manera cruenta con la finalidad de poner ejemplo y causar terror en aquellos que quisieran intentarlo.
3. Pero la idea de una divinidad guerrera se ve también en otras culturas: el dios Asur, o “la diosa Istar en Babilonia, que, aparte de diosa del amor, se considera “señora de la batalla y la guerra”, o de Anat en Ugarit.” Horst Dietrich Preuss, Teología del Antiguo Testamento. Yahvé elige y obliga Tomo 1 (Bilbao: Editorial Desclée De Brouwer, 1999), 224. O por dar un ejemplo más cercano, en México se adoraba a Huitzilopochtli, el dios de la guerra.
4. Gary Williams, “Introducción a Lamentaciones” (apuntes de Antiguo Testamento V, Seminario Teológico Centroamericano, 2010), 2.
5. Preuss, Teología del Antiguo Testamento, 238.
6. Ibíd., 254.
7. Elsa Tamez, La Biblia de los oprimidos, 112-113.
8. Paul N. Benware, Panorama del Antiguo Testamento (Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz, 1994), 88.
9. “'Con esta tu fuerza', i.e. la fuerza que tienes ahora, desde que Yahvé está contigo, Yahvé, quien todavía puede realizar milagros como en los días de los padres. La partícula demostrativa [esta] apunta a la fuerza que le había sido dada recientemente por medio de la promesa de Dios.” Carl Friedrich Keil y Franz Delitzsch, Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento. Pentateuco e Históricos (Barcelona, España: Editorial Clie, 2008), 709.
10. Jean-Pierre Prévost, Diccionario de los salmos. CB71 (Estella, España: Verbo Divino, 1991), 31.